Cerrar
Publicado por
RÍO ARRIBA MIGUEL PAZ CABANAS
León

Creado:

Actualizado:

En:

P ongamos que, por azar, por pura casualidad, la muchacha se ha dejado seducir por las tediosas palabras del informativo. Tiene catorce años y no suele perder el tiempo en esos bodrios, mucho menos si hablan de política, o de la obsesión nacional, el asunto de Cataluña. Lo que ve hoy, sin embargo, parece más estimulante, con una diputada haciendo un corte de mangas, unos tipos con carteles y, en el extracto de otras noticias, un diputado mostrando un mensaje en su camiseta, que le recuerda al de un colega jocoso y molón (uno que decía: ««Hazte cura y que sea lo que Dios quiera»»). La chica, porque se lo han explicado en clase, asocia vagamente el sitio donde ocurren esas cosas a un espacio solemne y por eso le chocan unas conductas más propias de un tebeo de Mortadelo y Filemón. Pero tampoco las juzga con severidad, pues, como le tiene oído a su padre, allí hay un grupo de gente que, por omisión o connivencia, han hecho la vista gorda con personajes bastante corruptos.

Nuestra joven se estira con esa elasticidad perezosa propia de los adolescentes y mira por la ventana con cierta melancolía, evocando la cara de un chico que la tiene enamoriscada: es de una timidez enfermiza y no sabe cómo expresarse con palabras. Aunque, pensándolo bien, para qué las necesita: los móviles facilitan las cosas a golpe de consonantes y en cuanto a los adultos, esos que deberían suponer un ejemplo, parecen más empeñados en gesticular, partirse de risa o gritar como monos (cuando no mentir cada vez que abren la boca), por lo que no es algo que le quite el sueño. De hecho, su bostezo tiene más que ver con lo que sucede ahora en la tele, donde un señor canoso, megáfono en mano, anima a niñas como ella a resolver los problemas del Estado.

Mientras ella se retira a su cuarto, otras palabras ocupan la pantalla, subtítulos que pasan velozmente y donde, a poco que uno repare, das con nombres incorrectos, faltas ominosas y tildes que brillan por su ausencia. Pero no pasa absolutamente nada. Las palabras desfilan como moscas en un mantel sucio, mezcladas con las sustancias de un banquete tremendo. Van de un sitio a otro con las alas manchadas, y así las metáforas se convierten en eructos, las esdrújulas en migajas y las catáforas en hules. Un escenario donde los comensales hablan a voz en grito, como esos otros que, a continuación del telediario, salen en un plató insultándose con ferocidad.

««Palabras, palabras, palabras»», decía Hamlet, pero quién es ese, Hamlet, los que estaban en el hemiciclo no parecían conocerlo y en esta tarde de otoño, mientras la niña se cepilla el pelo, quienes deberían pensar en su futuro se las arrojan unos a otros como si fuesen las pústulas de un leproso.

Cargando contenidos...