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EL RINCÓN Victoria Lafora
León

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C uando ya nos habíamos acostumbrado a que cualquier político catalán, del sector independentista por supuesto, hiciera declaraciones arrepintiéndose de la DUI, llega Marta Rovira, número dos de Oriol Junqueras, con el relato de terror de un supuesto ejército español dirigiéndose a Cataluña, con las armas cargadas, para provocar un baño de sangre si se atrevían a seguir con la independencia.

Puede ser el pistoletazo de salida de la campaña electoral y, de ser así, anuncia una exacerbación del victimismo con el que mantener prietas las filas. O podría ser también que Rovira, ungida como sucesora del líder de ERC encarcelando, trate de justificar el fiasco de una declaración que nunca fue y que acabó con medio Govern fugado y la otra mitad en Estremera.

Se prepara así una campaña cansina, con «las cartas desde mi celda» de Junqueras, las entrevistas incendiarias desde Bruselas de Puigdemont, el nuevo brío de Rovira, el quiero y no puedo de Colau, y todavía está por ver si el expresident de la Generalitat no protagoniza el último golpe de efecto y se vuelve a España, días antes de los comicios, para levantar las encuestas que le son adversas, con la imagen de un furgón policial, en una noche fría de invierno, camino de prision.

Si alguien pudo sospechar que el suflé catalán había bajado se equivoca y de aquí hasta el 21 de diciembre la sociedad va a seguir bajo el «raca, raca» del derecho a decidir. De momento, las ofertas de reformas sociales, de incentivos al empleo, o de apuesta por las infraestructuras brillan por su ausencia y lo único que se escucha es más de lo mismo pese al fracaso. Eso sí, ahora dicen que se lo van a tomar con más calma porque las cosas de la independencia no se pueden hacer deprisa y corriendo.

En las manos de los votantes catalanes está el decidir si quieren seguir así y por cuánto tiempo.