Diario de León
Publicado por
javier tomé
León

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Las desventuras que el destino nos tiene preparadas te demuestran que la experiencia es un maestro feroz, sí, pero enseña muchísimas cosas. Y puesto que lo más grandioso de la vida es todo aquello que tiene de incalculable, de inexacto, estoy realmente impresionado con las declaraciones efectuadas a distintos medios de comunicación por Pablo, uno de los hijos de mi amigo el gestor Agustín Flórez, y santo y seña del atareado estanco de la avenida de Roma, junto a su cuñado Fran y la preciosa galga Foca. Sorprende la entereza moral, pese a sus pocos años, de un chico que no se ha guardado sus tribulaciones para sí a la hora de contar el cáncer testicular contra el que ha luchado con la fuerza de un gladiador. La verdad, a veces, puede ser adversa y muy cruel, y aquel bultito de escasa prestancia acabaría por confirmarse como una enfermedad durísima que le llevaría a la mesa de operaciones y a una agotadora secuencia de sesiones de quimioterapia que se prolongaron, de lunes a viernes, durante tres larguísimos meses. En definitiva, somos hijos de las circunstancias y está claro que la enfermedad no se toma vacaciones.

Aunque los neófitos no entendemos de qué va la vaina, como dicen en Sudamérica, parece evidente que cada célula de nuestro cuerpo tiene su propia razón de ser, eso sin contar con que la vida es un deporte extremo de contacto. En fin, una vez solventado el primer abatimiento Pablito se lanzó a un combate a mano airada que emboca ahora la recta final de esta enfermedad que, según su recomendación sincera, se puede atajar a tiempo con un mínimo examen rutinario. Protocolo que recomienda con entusiasmo, aparte de ofrecer su apoyo y consejos para todos los potenciales afectados. La salud y el dinero son para usar de ellos, pero no para abusar, ya que las cosas se condimentan a su gusto hasta convertirse en lo que entendemos por la vida. Los dioses no le fueron propicios a Pablo, aunque llevado por la acertada máxima de «cuando la cosa se pone feilla, hay que levantar la barbilla», ahí sigue tan chulo, optimista y reivindicativo. ¡Cuánto me alegro, chaval!

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