Diario de León
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EL MIRADOR RAFAEL TORRES
León

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M iquel Iceta pretende hacer una cosa que en España apenas se practica: política. Incluso tiene un plan, esto es, un programa con el que cree poder desactivar el avispero catalán si le dejaran, pero muchos viven confortablemente en ese avispero desde una u otra trinchera, y no le van a dejar.

La palabra mágica, política, que nombra el fin último del plan de Iceta produce urticaria en quienes han hecho de la cuestión catalana un «modus vivendi»: reconciliación.

A los independentistas les sulfura particularmente, pues la ruptura y el enfrentamiento son los ingredientes básicos del sentido que le han dado a sus vidas, pero tampoco a los llamados unionistas o constitucionalistas de derecha, que tiran del otro lado de la cuerda, ven con muy buenos ojos nada que no sea vencer. Parece mentira que, salvo Iceta y el PSC que le secunda, nadie haya reparado en que el principio de la solución pudiera ser el de dejar de tirar inutilmente de la cuerda, toda vez que se ha visto que las fuerzas de ambos lados están equilibradas.

A Iceta se le ha ocurrido intentar hacer política porque, en efecto, es lo único que no se ha intentado aún en ese aquelarre, aunque sabe que —disculpe el lector la expresión— el encabronamiento mutuo de las partes es mucho, y no sólo de las partes partidarias, sino de unos catalanes con otros, de la mayoría de los españoles con la mitad de los catalanes y de éstos con la mayoría de los españoles. Pero bastaría para ir abriendo boca, y así lo considera Iceta, que los independentistas asumieran que Cataluña no es suya, sino de todos los españoles (Andalucía, Castilla, Galicia, Levante o Extremadura son, igualmente, de todos los catalanes), y que los no catalanes asumieran que éstos serán siempre refractarios a asumir semejante obviedad democrática, a menos que se acierte, mediante la política, con la tecla de un razonable ten con ten.

Tal cosa, que no el Abrazo de Vergara, es la reconciliación que el sentido común sugiere y que España en su conjunto merece y necesita. Por desgracia, el energumenismo que suplanta a la política impone la idea de que ésta consiste, sin más, en tirar con rabia inútil de la cuerda.

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