La pregunta
L a pregunta que a estas alturas de las investigaciones sobre la conspiración independentista deberíamos estar haciéndonos es cómo un personal tan manifiestamente patoso y chapucero pudo hacerse con los mandos de la Generalitat y conducirla al borde del precipicio, con un plan tan descabellado y confuso que resulta casi fascinante que alguien tratara de ejecutarlo. Basta examinar las declaraciones incoherentes y contradictorias que en su incontinencia ensarta en estos días de precampaña el candidato y ex president (o president en el exilio para los suyos) Carles Puigdemont. Alguien capaz de declararse europeísta durante años para dejar de pronto a Marine Le Pen y Nigel Farage a la altura de un par de boy-scouts de la eurofobia y regresar al europeísmo al cabo de 24 horas. Con tantas idas y venidas, las personas indulgentes que lo consideren aún su líder ya no saben qué tuitear, qué decir; ni siquiera qué pensar. La pregunta va más allá de recrearse en los desatinos de una gente cuyo horizonte verosímil es desvanecerse más pronto que tarde en la zona gris de la Historia, tras su rendición de cuentas ante la justicia y la obtención o no de un indulto que, llegado el caso, no parece que vayan a tener muchos escrúpulos en mendigar. La pregunta tiene que ver con el edificio en una de cuyas plantas principales se han instalado durante años estos okupas de medio pelo, de la manera más preocupante posible: con el voto de la ciudadanía, que los convertía, nos gusten o no, en sus gobernantes legítimos. Hay en esa circunstancia algo mucho más allá de sus habilidades o merecimientos; algo que tiene que ver con la negligencia y la imprevisión y aun la ligereza de los administradores del inmueble. Se los veía venir, y nada se hizo por impedir que acabaran intentando su aventura.
Hay quienes creen que lo que pudo y debió hacerse era arrojar sobre ellos la maquinaria represiva del Estado. Algo así como los ataques preventivos de los que hablaba hace años el presidente norteamericano George W. Bush. Sin embargo, en nuestro sistema penal no cabe sancionar una conducta antes de que se produzca y, mal que nos pese, hasta las conspiraciones deben probarse, como ahora se está haciendo, para poder perseguirlas. Lo que nos ha faltado aquí, lo que en definitiva les ha permitido causar tamaño destrozo, es más bien otra cosa.
Alguien no quiso ver que el edificio presentaba grietas de consideración; tan preocupantes que aconsejaban su reforma. Alguien no quiso convertir las tensiones incipientes en premisa para una reflexión conjunta, que desactivara los aventurerismos y convocara a todos a una verdadera solidaridad. Alguien tiene que recuperar ahora el tiempo perdido, con la casa patas arriba y los desaprensivos pervirtiendo a diario el debate.