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Publicado por
PANORAMA José María Calleja
León

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A nda la Constitución española metida en unas edades que antes se asociaban con la crisis denominada de los los cuarenta entre los humanos. No parece que deba empezar a cobrar tan pronto la pensión de jubilación, máxime cuando nos reiteran tantas veces la garantía de que la percibiremos que nos aterra no cobrarla. Parece extenderse la idea de la necesidad, ineludible, dicen algunos, de su reforma. Para unos se trata de buscar el encaje de las demandas nacionalistas catalanas; para otros, sería la vía de incorporar a los jóvenes que la han disfrutado desde que nacieron pero que parecen ofuscados por no haberla podido votar. Reformar la Constitución no está desde luego en la agenda del actual presidente de Gobierno, que se ha mostrado dispuesto a hablar, pero ha establecido tal cantidad de limitaciones previas: por qué, para qué, cuándo, cómo, hacia dónde, que no parece que tenga el menor interés en introducir modificaciones. Desde luego que si se cambia la Constitución, como piden los socialistas catalanes, el país se va a someter a una nueva operación de cirugía y diván, con sus consiguientes recuperaciones.

Los contrarios a la reforma sostienen que es imposible poner de acuerdo entre sí a los partidos de ámbito español y que será inalcanzable lograr acuerdos con los partidos nacionalistas catalanes. Es evidente que las dificultades de una reforma serán inmensas, pero por mucho que nos guste pensar que el momento en que vivimos es el peor de nuestras vidas, no creo que fueran mayores que las del 78, con gentes venidas del franquismo, de la clandestinidad y el exilio, aquél sí. Teníamos entonces a ETA asesinando y a buena parte de los mandos militares renuentes a la democracia. Aquella Constitución salió adelante y salió bien. Tan bien como para permitir que los que la consideran fuente de todos los males estén sentados hoy en el Congreso, por ejemplo. La Constitución ha garantizado el mayor periodo de libertades, democracia, bienestar y progreso en la historia reciente de España. Repítase desayuno comida y cena porque es verdad.

Para los que no la quieren cambiar, nunca es el momento y para los que quisieran volarla, desde el populismo nacionalista y el populismo entregado al nacionalismo radical, no valen reformas, hay que empezar de cero. Ya sabemos cómo acabó eso. Del talento y del buen hacer político de quienes quieren la reforma razonable dependerá que unos y otros se incorporen a un cambio que sí parece necesario.