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Publicado por
Manuel Garrido ESCRITOR
León

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E l domingo 15 de octubre pasado un gran incendio sitió durante varias horas, noche incluida, al pueblo cabreirés de Silván. El fuego llegó incluso a rozar los dos barrios más altos de los cuatro que lo componen, empezando por Fresneo, donde afectó levemente a alguna casa, para seguir ladera adelante en busca del otro y principal que es Santiago; aquí en su parte superior las llamas destruyeron varios pajares abandonados y un edificio singular: la antigua escuela, muchos años ya sin uso y abandonada en su propia ruina aún con techo, pero sin ventanas.

Ciento tres años atrás, en 1914 había llegado a desempeñar su misión en ella el maestro astorgano José Aragón Escacena. Su estancia en estas tierras cabreiresas la imaginamos con rasgos y rango de aventura, incluido el prólogo del viaje mismo, que hizo a caballo desde Astorga. Suponiendo que siguiera el itinerario más recto, atravesó la Somoza y llegó a Molinaferrera. A continuación emprendió la subida por el valle del Cabrito hasta el Alto del Palo a unos 1800 metros de altura: ante él estaba Cabrera, con el Teleno imponiendo sus 2188 metros a la izquierda. Bajó por el valle de Mascariel hasta alcanzar el curso del Eria y siguió el camino que deja a la derecha poco antes de entrar en Corporales la «corona» de los primitivos pobladores arrasada por los romanos. Pasado Corporales, abandonó la Cabrera Alta y entró ya en la Baja por un camino siempre en descenso hasta el nivel del río Cabrera en Nogar. Atravesó después sucesivamente Robledo, Quintanilla, bordeó Encinedo, pasó Losadilla y llegó finalmente a La Baña. La aparición de este pueblo hubo de impresionarlo sobremanera, alojado ante la alta línea montañosa en la que destacan esos dos gemelos imponentes, que son la Gaya de Cueto y la Gaya de Berdugueo.

La Baña diseminaba su caserío en tres barrios para alojar a sus cerca de mil habitantes (esos tenía catorce años antes, en 1900). Allí seguramente pasó la noche y ese fue el primer contacto con el pueblo que había de dejar en él una huella muy profunda. El último tramo incluía la subida hasta los 1400 metros del Alto de la Purtiella (incomprensiblemente rotulado en la carretera actual como Puerto de las Gobernadas), donde el camino pasa a otro valle por cuyo fondo discurre el río Silván, y ya siempre en descenso llegó al primer pueblo, precisamente Silván. Lo vio desde lejos en la ladera derecha con sus cuatro barrios dispersos a diferente altura en la pendiente. En el más alto a la izquierda destacaba la gran espadaña de la torre de la iglesia, dedicada a Santiago, que da nombre a ese barrio, el mayor de todos. En él precisamente, en la parte superior estaba la escuela que él iba a ocupar durante los dos próximos cursos.

Unos años después, en 1921, ya lejos de Silván, publicaba una novelita titulada Entre brumas . En realidad, la trama es apenas un pretexto para reproducir las costumbres y el lenguaje de La Baña, que él por cierto escribe todo junto, Labaña, en línea ortodoxa con el antiguo Avania, interpretando la primera «a» como artículo, igual que el gallego. Esa fue la forma y cauce de salida a la gran impresión que como decía hubo de causarle este pueblo el día de su llegada y en cuyo conocimiento profundizó sin duda en otras visitas a lo largo de los dos cursos que pasó en Silván. El libro reproducía en la portada un cuadro de su amigo el pintor Monteserín, con la imagen en silueta de un hombre a caballo, cubierto con un gran sombrero y la capa movida por el viento al que se enfrenta atravesando la cumbre de la montaña. Precisamente con el viaje iniciado en Astorga, que él llama Arlanga y esa travesía con la mención del vendaval empieza la novela, de modo que la imagen expresa sin duda el impacto en su recuerdo del camino en general hasta Silván y el paso en particular por el Alto del Palo y el de la Purtiella.

Silván pues desapareció eclipsado por La Baña y sin embargo a mí me parece detectarlo, invisible y todo, tras el telón y el decorado de la novela. El final sitúa a la pareja protagonista felizmente instalada, tras su boda, «en lo más alto de la montaña», donde solo llega el rumor del río, pero nada más de la aldea perdida «entre brumas» allá abajo en el fondo del valle. Naturalmente esa situación en lejanía puede ser un recurso puramente narrativo, pero en él tiene que estar sin duda gravitando el recuerdo de la visión del paisaje y el escenario de Silván, tan familiar para su autor y seguramente muy querido. La situación de Fresneo (dicho por cierto en el pueblo Ferneo) en lo más alto encaja perfectamente con el punto elegido para perspectiva del narrador sobre la aldea alejada en el fondo del valle, en este caso el barrio La Peña. Ese barrio alejado y alojado realmente en la altura está presidido por una iglesia dedicada a la Virgen, cuya fiesta celebran el 15 de agosto. Tiene una robusta torre en espadaña, fechada en 1735. Anterior es la campana de la izquierda, de 1714, con un detalle singular, único en Cabrera, a lo que sé: junto al monograma IHS, aparece un Vítor, emblema presente por ejemplo en tantos edificios de Salamanca. El pequeño caserío se tiende a la izquierda protegido ante sus pies. Él fue el primero afectado por el fuego del 15 de octubre, que después siguió por la ladera hasta Santiago, donde ardió por fin la vieja escuela de José Aragón Escacena abandonada.

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