Resistentes a la comida
S i somos lo que comemos, ya tarda la erupción volcánica de los ojos inyectados en glutamato monosódico; y chorros de aceite de palma por las orejas. Es lo que tiene no haber pasado hambre, que te pierdes sin la perspectiva que da la necesidad y te echas en manos de cualquier cosa que dan en llamar alimento sólo porque te avasalle en un lineal del supermercado. La comida procesada es una consecuencia fatal del eslabón perdido por el que se mandó al retrete la costumbre decorosa de reposar el almuerzo y pasear la cena, ligera, no copiosa, que llena más tumbas que la peste. El negocio empuja a un ejército de legionarios de paladar homogéneo. No hay esperanza. Diez empresas del sector controlan el noventa por ciento de las marcas que llenan a diario la andorga de occidente. La religión no fue el opio del pueblo, como sentenció Marx para encender la marabunta; son los enlonchados, las bandejas, el risoto con setas y ocho quesos que se resucita al baño maría con un minuto en el tiovivo del microondas. Desembalar y listo. Listo, sí. Pero mucho menos que el que patentó este modo de saciar el apetito que incluye las prisas y evita que la gente repare en leer la etiqueta del reverso, para ahorrarse los problemas de conciencia y debates estériles de detalles sobre el proceso que llevó a la lactosa hasta la lista de ingredientes que envuelven el jamón. A ver quién combate ahora tanto adiestramiento consumista, que ha terminado por hacer creer a todo el registro civil del mundial 82 a esta parte que los fardos embuchados de fiambre adoptan la forma de la pantorrilla porcina desde antes de dar el salto del cubil al escaparate, o que la pechuga baja en sal crece entre moldes de bustos de pavos yacentes, sobre la idea primigenia de aquel primer emoticono de la gula que fueron los pollos asados en las viñetas de Carpanta. La Organización Mundial de la Salud acaba de llamar la atención sobre la falta de transparencia de algunos fabricantes en el proceso de elaboración de las salchichas tipo Frankfurt; las mismas que motivan ayudas millonarias del Gobierno para financiar la construcción de fábricas. Por comer no muere nadie. Engullir sorbatos es emocionate. La raza humana se ha adaptado tan bien a la línea fría como las cigüeñas a los vertederos.