Rajoy, el delantero perpetuo
D e Rajoy nadie puede asegurar si es buen orador o buen lector de los discursos que le escriben, que casi nunca están mal y de ahí la sospecha de negritud. El negro literario suele ser uno pero el parlamentario huele a fuego de campamento. A tormenta de ideas alrededor de una hoguera mientras el firmamento se desvanece y llega el amanecer con sus agujas de rocío. Las propuestas y réplicas del presidente tienen un aroma a patatas asadas con sal, a lumbre y cocina entre cenizas. A besos regurgitados tras una ronda colectiva de «verdad o consecuencia». Uno oye a Rajoy pero piensa eso lo ha escrito Soraya, esto es de Maíllo (bueno, no), mira tú qué chispa conserva aquella alcaldesa de Cádiz de cuyo nombre ahora no me acuerdo. Lo que hay de Rajoy en los discursos de Rajoy son las eses arrastradas y esos tics que se le desmandan como pulgas a la fuga cuando se pregunta interiormente de quién serán esas notas agarabatadas por su mano que aparecen en los márgenes de las hojas.
Si un camello es un caballo diseñado por un comité, está claro que un muñeco de ventrílocuo puede pasar por un orador. Pero para un presidente, que aspira a estratega además, un exceso de delegación, en asuntos de voz propia, no está muy bien visto. Pero lo peor es que no se sabe si delega en un partido o en una partida. Corre firme la sospecha de que la merienda de negros se ha hecho entrando a saco en la despensa de todos, aunque Mariano seguramente piensa que si los tesoreros de su partido han sido encausados es porque debe de estar lloviendo en Ceylán. Él ni se inmuta. Ahí es donde más se percibe o percebe la galleguidad de Mariano Rajoy: está acostumbrado a navegar entre isóbaras borrachas. Temporales a mí.
¿Y por qué hemos elegido a Rajoy? A la hora de buscar un emergente popular, se comprueba que entre sus huestes hay bastantes jóvenes promesas medio vetustas haciendo cola en el salón de los pasos perdidos de la calle Génova. Pero ninguna progresa adecuadamente. Y no lo hacen porque el único emergente entre los populares es el mismo Rajoy, que algún día se sucederá a sí mismo, con sus espasmos de ceja y guiño y ese dedo que se le dispara apuntando al cielo, como después de haber marcado un gol.