cuarto creciente
Manos de brujo
Estamos acostumbrados a verle con rostro de ávaro, de pícaro, o de esclavo, de cómico y de bufón . Nos hemos habituado a que actúe con las facciones de un don Juan, con la cara de un santo que predica la pobreza y al que la Iglesia toma por loco, o los rasgos de un aventurero que vuelve a casa y escucha cantos de sirena en el barco, con la mirada de un arcipreste, con los ojos luminosos de un músico que toca el contrabajo mientras envuelve a los espectadores con su talento.
Y siempre nos sorprende.
Rafael Álvarez El Brujo tiene el don de la improvisación, el olfato de los buenos comediantes para elegir el tono, la obra, y la interpretación, espontánea y desordenada, a ratos hilarante, que encandila al público de toda condición. Es un maestro. Y ahora ha puesto sus manos en la acera del Teatro Bergidum.
Manos de brujo tatuadas en el cemento. Quien pase por delante de la sala ponferradina a partir de enero se encontrará con la huella del brujo a su pies, como en un conjuro. Cuidado con pisar esas manos, cuidado con pasar por encima de ellas sin saber a quien pertenecen, quién las puso ahí y por qué adornan la acera, no vayan a despertar al genio que encierran. Porque enero es el mes de la niebla en Ponferrada y lo mismo emerge ante nosotros un demonio que nos ofrece un pacto para robarnos el alma, como le pasó a Fausto, o un ángel que nos promete el cielo si no damos guerra.
Es un privilegio que El Brujo vuelva siempre al Teatro Bergidum. Aquí también nota el calor de las palmas. Aquí encuentra lleno el patio de butacas y al público entregado a su arte. Él, que viene del Sur y se inició en el corral de comedias de un colegio mayor. Él, que trabajó en el cine con Garci, con Carlos Saura y con Antonio Mercero. Un actor que le ha puesto voz a personajes de Plauto y de Molière, de José Luis Alonso de Santos, de Alfonso Sastre y de Fernando Fernán Gómez. Un comediante convertido en su propio productor que ahora ha puesto sus manos legendarias en la acera del Bergidum. Y algo de su magia nos va a hacer falta para no quedarnos pegados al cemento de la resignación, para convencernos otra vez de que el futuro del Bierzo está en nuestras manos, como cuando picábamos carbón.