Juan Carlos 1969
E l rey Juan Carlos ha cumplido 80 años. La primera vez que lo vi fue en Astorga cuando él tenía 31 y yo era un adolescente interno en la ciudad levítica. Muy levítica entonces, aunque empezaría a serlo menos andando el tiempo. Habían anunciado su visita al cuartel de artillería de la ciudad, pero no lo hicieron con grandes alharacas. Y es que el hijo de don Juan de Borbón, entonces era una especie de don nadie de lujo. Un chico joven, rubio, alto, del que los jerarcas más bruñidos del régimen de Franco contaban todo tipo de majaderías. Que si era un inútil, que si no sabía hacer nada o que si era bobo aparte de Borbón por partida doble. Se contaba que no tenía personalidad, e incluso que era poco menos que subnormal, una cruel palabra que se decía mucho entonces. Todo eso era Juan Carlos, al que llamaban el Judoka los dibujantes humorísticos antifranquistas de París. Y es que por aquel tiempo, y aparte sus prácticas deportivas, nadie tenía en España ni en el extranjero noticia alguna de otras habilidades suyas.
Entonces nadie podía imaginar que ocurriría cuando muriese Franco. Menos todavía los que teníamos 16 años. Al régimen le quedaba aún más de un lustro de vida, y en aquel tiempo parecía harto improbable que España pudiese llegar a ser alguna vez una democracia con libertades públicas y partidos políticos. Éramos un país acomplejado, paleto y muy vulgar. Y muchos sentíamos incomodidad y hasta vergüenza cuando nos asomábamos a Francia, donde la vida pública y cultural parecía estar a años luz de España.
La impresión general era que Juan Carlos iba a ser un rey tutelado por los gerifaltes de la Falange. Por los espadones ultramontanos que habían sido jovencísimos oficiales en la guerra, y por los melifluos empresarios y profesores vinculados a reaccionarios institutos católicos. Pero para que eso sucediera tenía que morir Franco, algo que parecía que no iba a llegar nunca.
Recuerdo muy bien cuando lo vi. Me situé frente al cuartel, al otro lado de la carretera. Éramos unas decenas de personas las que vieron venir un coche negro muy amplio, seguido de dos o tres más. Del primer coche se bajó aquel joven de 31 años, que saludó a la escasa concurrencia. Luego entró en el cuartel. Del poco tiempo que pude observarle, saqué la conclusión de que era un hombre tímido, educado y cordial. Muy descolocado entre la jauría de chambelanes de colmillo retorcido que le acompañaban. Por eso, desde que lo vi no sé por qué intuí que aquel señor no iba a ser nunca un rey franquista, nada de eso. Eso sí, pensé que nunca llegaría al poder, o que, si llegaba, se lo quitarían pronto de en medio las fuerzas más oscuras del régimen. Pero lo bueno fue que mi previsión, que era la de la inmensa mayoría de los españoles, resultó estrepitosamente errónea. Para bien de la nación, de la sorpresa, de la libertad y de la esperanza.