Diario de León

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Si aprieta, no une

León

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Ya está disponible en las plataformas digitales el nuevo capítulo de la despoblación de León. Para que luego digan que el estado autonómico es un fracaso. Quitar a cien mil almas de en medio no es moco de pavo. Si la cifra se une a la revolución de los bolsillos vacíos que tanto billete picó en el tren de Matallana, se moldea la mayor purga al padrón que conoce occidente desde que la Astúrica Augusta fue ciudad de vacaciones. Ni Stalin hubiera logrado faena tan fina. De la pérdida de efectivos, de crónica a endémica en estos años de memoria que nos asisten, transciende ese momento en el que borraron la referencia del gentío; el recurso del tumulto, el bullicio, el movimiento, la inquietud. Las tractoradas de la UCL, la manifestación de somos socialistas, pero antes, leonesistas; la huelga de hambre del alcalde; la marcha negra, primera edición, la huelga del León, hazte oír, que glosó en portada este Diario de León. Y hasta ahí el recuento. Iba a ser Navarra, con ribera y todo, y terminó condenado a los montes de Teruel. Todo lo demás, forma parte del relato de una muerte anunciada entre los renglones del boletín oficial, inevitable desde que León (esa parte de España que abarca entre la cara sur de la cordillera y el saco roto de la meseta que vierte al Atlántico por Porto y Caminha) dejó de correr detrás de los grises; los grises metalizados de Martiniano Fernández, los últimos coches de línea atestados de sangre joven y esperanza que surcaron las maltrechas carreteras de la provincia leonesa (esto, al menos, no ha variado). El nuevo capítulo de la despoblación de León forma parte de la agenda política ante Bruselas. Hace falta ser atrevido para acudir al besamanos de la UE a contar que se pierde lastre en los censos con el riesgo a una bofetada lacerante. Antes de la penitencia, el confesor acabará por preguntar por el dinero que se envió a espuertas para frenar la hemorragia. Tanta directiva y tanto fondo de cohesión, remedos del para qué te tengo a ti, entonces, que le espetó Miguel Martínez a un concejal de San Andrés la quinta vez que el edil entró al despacho la misma mañana, a ver cómo podía evitar que la operadora cortara el suministro eléctrico. Cada mes de enero, la careta de la nostalgia rememora lo que fue, lo que pudo ser, lo que quedó. El opresor no sería tan fuerte si no contara con cómplices entre los propios oprimidos.

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