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Publicado por
panorama Esther Esteban
León

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H acía mucho tiempo que no me impresionaba tanto escuchar una entrevista en la radio como la que le hizo mi querida colega Pepa Bueno a Juan Carlos Quer, el padre de la joven Diana Quer, quien comentó que había llamado a la madre de José Enrique Abuín, El Chicle, el supuesto autor de la muerte de su hija, después de verla en la televisión, llorando para trasmitirle su pena y su perdón. «Cuando vi a la madre aparecer en los medios de comunicación llorando del modo que lo hizo la llamé y le dije: señora, usted no es la culpable, tiene todo mi perdón! porque puedo asegurar que esa persona, en un entorno como Rianxo está condenada de por vida a sufrir la humillación en la que le ha puesto su hijo», explicó.

Me quedé muda y un escalofrío recorrió mi cuerpo cuando escuché a ese hombre, roto de dolor por el asesinato de su hija, tener esa serenidad, esa grandeza y esa templanza excepcional en momentos tan duros. «Por mi parte, toda mi solidaridad y toda mi pena a esa familia y a su hija a la que ha destrozado su vida, ¡pobre niña!», dijo en otro momento de la entrevista donde lamentó, también, la situación de las hermanas de El Chicle.

No puedo ni siquiera imaginarme qué cosas se le pueden pasar por la cabeza a alguien que vive un trance tan terrible como que le arrebaten la vida de su hija, pero es fácil de entender los sentimientos que afloran de tristeza, rabia, impotencia y los deseos de justicia y también, seguramente, de venganza. Lo habitual es que entre las familias de las victimas y las de sus verdugos se desarrolle un grado de hostilidad comprensible que ni siquiera el tiempo puede curar. Tal vez por eso que el padre de Diana haya entendido el dolor y la vergüenza por la que puede estar pasando la madre del monstruo que asesinó a su hija.

Entiendo perfectamente que tanto él como los padres de otras niñas y jóvenes asesinadas reclamen a los políticos que se mantenga la cadena perpetua revisable, que la mayoría de los grupos parlamentarios quieren eliminar por entender que no se ajusta a la Constitución, pero hoy no me quiero detener en eso que seguramente nos dará mucho que hablar. Hoy se trata de hablar de perdón, de víctimas inocentes y colaterales de sucesos terribles y de cómo también en el otro lado, en el de las sombras más oscuras hay víctimas que sufren el rechazo y la marginación por el hecho tener lazos de sangre con violadores o asesinos, sin que nunca nos interesemos por ellos o por su calvario. Por eso las palabras del padre de Diana han golpeado conciencias y despertado reflexiones.

Y no estaría de más si de pedir perdón se trata que los periodistas hiciéramos lo propio con la familia de Diana, que durante meses ha visto cómo se entraba sin pudor en su vida privada, falseando la realidad. Juan Carlos Quer nos ha dado una buena lección. Ahora ¡Diana descansa en Paz! y que se haga Justicia.

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