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Publicado por
ANTONIO MANILLA
León

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No es uno de mucho aplaudir en sus columnas, más bien estas suelen acoger, siempre con intención de amenidad, pitos y flautas, ironías y reservas y, sobre todo, paseos por los cerros de Úbeda, más que nada porque la vida es ancha y resulta difícil encontrar acuerdos y concordancias con los siempre tan estrechos políticos que el camino nos depara. Así que, cuando uno de estos acordes se produce, qué menos que contarlo y hasta cantarlo por bulerías, alzándolo en el pedestal de una columna, aunque como esta sea acostada, para ensalzarlo y atraer sobre él alguna que otra mirada perdida, lector, como la tuya. Y, sobre todo, cuando, como es el caso, la buena idea que admiramos y con la que coincidimos —rara cosa— plenamente, se trata de una iniciativa de la clase política leonesa.

El político leonés, en términos generales, es como el político soriano o gerundense: un animal de costumbres. Reincide en los tópicos siempre que puede y tropieza en la misma piedra con una naturalidad que para sí quisiera Fernando Alonso cuando explica los fallos de sus escuderías. Con la cabeza caliente de quimeras y dueño de una mentalidad y capacidad para prever el futuro por las que lo habrían echado de Atapuerca por antiguo, maneja —quiero pensar que con buena voluntad— ideas invertebradas, proyectos mal remachados y propósitos imposibles. Tenemos más planes en el tintero que obras en marcha y a la hemeroteca me remito: si la mitad de todas las cosas que un día se anunciaron en ruedas de prensa —de programas electorales ni hablamos— hubieran sido llevadas a cabo, León no sería una provincia en declive laboral y demográfico sino Jauja. O el Potosí, en vez del Potonó que tan a menudo semeja y que hace que nuestra esperanza no esté ya fatigada, sino exhausta.

Lo que venía a aplaudir a esta columna es, sin duda, una medida que nos va a reconciliar con nuestra clase política y a emparejarnos por fin con el futuro, dejándolo en nuestras manos y poniendo a nuestro alcance posibilidades que en otras tierras vienen de serie, para que seamos nosotros quienes nos breguemos el porvenir. Lo que venía, en definitiva, a aplaudir… se me ha olvidado. E igual es mejor así, lector, pues más pronto que tarde, a no mucho tardar, se habría convertido en humo, espejismo y nada.