El rey en Davos
L a intervención del Rey Felipe VI en el Foro de Davos (Suiza) cristalizó en un buen discurso. Bien articulado en el orden de las ideas y bien dicho en un excelente inglés. Dadas las características del público al que se dirigía, renunciar a utilizar la lengua propia (privilegio de los jefes de Estado), fue un acierto. Otro fue hablar con claridad. Podía haber sido un discurso convencional, de trámite y palabras dichas en el lenguaje de madera al que tantas veces nos abocan las costumbres políticas, pero no fue así.
Habló de España de la mejor manera que se puede plantear el tema: describiendo la realidad política y social de nuestro país sin exagerar los logros pero sin omitir la satisfacción por algunas de nuestras fortalezas. Y aludiendo a uno de nuestros principales problemas: la crisis planteada por el desafío separatista. La cuestión catalana.
«La lección que hay que aprender de esta crisis, no solo para España, —dijo— sino para las democracias en general, es la necesidad de preservar el respeto a la ley como uno de los pilares de la democracia y el respeto al pluralismo político y el principio básico de la soberanía nacional que, de hecho, pertenece a todos los ciudadanos». Palabras dichas en un foro en el que predominan los empresarios pero al que también asisten políticos muy notables, entre otros, Emmanuel Macron, presidente de Francia o la canciller alemana Angela Merkel.
El Rey también se refirió a la situación económica española. Sin duda tenía presente que hace solo un par de días el FMI fijaba el crecimiento en un 2,4%, una décima menos de lo previsto y atribuía esa mengua a la situación de incertidumbre creada en Cataluña. En algún sentido el discurso del Rey venía a contrarrestar ese pronóstico en la medida que aludió a que las medidas legales que han permitido reducir la situación de incertidumbre están inspiradas por un principio básico de la democracia: «Las discrepancias políticas deben resolverse de acuerdo a las reglas democráticas y los valores recogidos en la Constitución y las leyes».
En resumen: buen discurso dicho en el sitio apropiado y en un momento en el que convenía restablecer la verdad acerca de la realidad democrática española cuestionada por la campaña de descrédito desplegada desde Bélgica por el expresidente catalán Puigdemont, a la sazón prófugo de la justicia.