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Publicado por
aquí y ahora LUIS DEL VAL
León

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N o por motivos de estamento social, sino por meras razones laborales, he conocido a muchos ricos. Bastantes. Y los había simpáticos, cultos, groseros, corteses, prepotentes, amables e ignorantes.

Por motivos de estamento social también he conocido a muchas personas de muy modesta condición económica. Y son tan variados como los ricos, de tal forma que en ese segmento, que en España llamamos «pobres», los hay cultos, zafios, autoritarios, groseros, elegantes, agradables e insoportables. Ahí está Donald Trump, ejemplo de rico insoportable, y ahí están algunos autodelegados paladines de los pobres con su zafiedad de fondo y forma.

Lo que sí se suele exigir a los ricos es una cierta contención en las formas, no porque tengan que hacerse perdonar el dinero que han conseguido o han heredado, sino porque su privilegiada situación económica les obliga a tener también una cierta nobleza en el comportamiento, a guardar las formas, entre otras cosas por precaución, no sea que con su comportamiento estén alimentando el nacimiento de revolucionarios.

Precisamente por ello me cuesta admitir que unos ricos con biografía de ricos, ya talluditos, y, encima, británicos, asistan a una cena de gala «sólo para hombres», donde las únicas mujeres sean azafatas, obligadas a un atuendo en el que no falte el tacón de aguja. A mí eso me parece más acoso sexual, y mucho más grave, que el piropo o las miradas que quiere erradicar la Junta de Andalucía.

Que unos ricos, muchos de ellos ricos por casa, se organicen una cena de excusa benéfica, como si fueran los futuros reclutas de la leva de los años cincuenta, no me lo hubiera podido imaginar.

Los quintos de mi pueblo hacían una pintada en alguna pared del pueblo donde se leía «¡vivan los quintos del 59!». Me extraña que, en el hotel, no hayan encontrado una pintada del tipo «¡Vivan los ricos del 2018!». Pegaba con ese tipo de cena.