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Publicado por
Máximo Soto Calvo asociación pro identidad leonesa
León

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A nte el boceto de la estatua proyectada para Alfonso IX, una pregunta surge oportuna: ¿Aunque tarde, llega bien? Por merecida, sin duda.

Los leoneses se la debíamos, el silencio venía haciéndose oneroso, más por tergiversación histórica y pruritos de prevalencia que por falsa tolerancia leonesa, hija de la confusión interesada de los que tomándonos el testigo de la ‘Reconquista’, pronto empezaron a fabular a su conveniencia. ¡Persistieron en el tiempo ellos! y nosotros parecíamos actuar con tolerancia progresiva.

Y puestos a ello, otra pregunta que surge respecto al ordinal, noveno. ¿No estaremos en el momento clave de situarle en el lugar dinástico que le corresponde, el octavo de nuestros Alfonsos netamente leoneses?

Los historiadores tienen la palabra. Pero hágase con el mimo que el dato requiere, sin gateras, sin imposiciones, tan sólo con el justo proceder ante los hechos históricos. Y tómese la medida con la precisión que el futuro requiere. Nuestra historiadora Margarita Torres, hoy en labores de Concejalía de Cultura municipal, tiene suficiente criterio y arranque profesional e institucional para ello. Respecto al ente autonómico, como tal, ¡cuidado con «sus historiadores»!

Antes de entrar en lo que la fotografía del boceto me remueve y sugiere, sirviéndome como nexo propongo un agradecido señalamiento hacia el mecenazgo del leonés Acacio Rodríguez, de reconocido prestigio incluso más allá de nuestro país, que va a permitir que nuestro Alfonso VIII, tenga su estatua.

Él eligió al escultor, y, al parecer, sigue todo el proceso de elaboración, que será finalizado en bronce, se dice. Tan sólo, si me lo permite el mecenas, al que acompañan otros, lanzo una muestra dubitativa ¿por qué no Amancio González o Muñiz Alique que también tenían bocetos?

Ha querido el artista elegido, para aportar dinamismo a su obra, jugar con el viento leonés, y así hace ondear la capa real, agitada por las ráfagas vespertinas del agosteño «frio al rostro», o más adelante las invernales, tan persistentes que «cortan el cutis»; en todo caso la figura del rey, no es presentada en actitud guerrera. Por cierto, la capa al viento, me recuerda la estatua del Cid, en Burgos, y esto me despista.

De todas formas, mejor que guerrero yo le situaría como reconquistador de territorio, quien, mientras da uno paso con decisión, y en el gesto lleva la firme demanda de ¡seguidme!, porta un estandarte, que no sé yo si tiene visos de realidad, no así el escudo con el león rampante.

La seriedad aparece en su rostro, preocupado, tal vez enfadado; por supuesto de ser esto así, estará en connotación con el invasor sarraceno, no en consonancia con la actitud de aquel joven monarca que llamo a su Curia al Pueblo, al que sin anularle de pleno el vasallaje, sí le sitúa como consultor, tomando unos bien elegidos representantes populares de los concejos, para componer un nuevo estamento en sus Cortes.

Ésta, y no otra faceta, por ser la primera actuación y la de más posterior relieve, era la que me hubiera gustado que se transmitiera. Y poder así, por ejemplo, ver la figura real, también teniendo ocupadas las dos manos: En laxa posición el brazo derecho, la mano sujeta el centro, no lo empuña, lo soporta, «no pierde poder soberano, pero otorga». La mano izquierda, en claro ascenso, muestra un rollo de pergamino, son los Decreta, los enseña al pueblo, «habéis legislado con nos». ¡El reino está en marcha!

No obstante, siempre he abogado por un grupo escultórico, y ver al representante del pueblo en él, precisamente cuando las Cortes protagonizan el momento cumbre de elaborar los Decreta de tanta importancia entonces para el reino, y hoy con valores que se ha logrado que la Unesco los haya transformado en Memoria del Mundo.

Una consideración final. Los dirigentes del actual consistorio municipal han acogido la oferta estatuaria con risueña satisfacción, en atención a lo que significa el todo, sin valorar la parte, cargada de matices como he tratado de expresar, haciendo bueno eso de quien paga dispone. No se trata de ornar una plaza, sino erigir una estatua con didactismo histórico, transmitiendo a futuro la verdad oportuna de lo que fuimos.

En espera, cuando toque, lo del grupo escultórico, para emplazamiento de la estatua real terminada, me permito proponer el resto del cubo de la muralla ante San Isidoro, como basa o fundamento firme, que realzaría la figura elegida del rey, al pie de la robusta torre cuyo gallo nos marca la dirección del viento leonés. Una espléndida perspectiva.