A vueltas con la ley electoral
E l secretario general de Podemos, Pablo Iglesias, y el presidente de Ciudadanos, Albert Rivera, han acordado negociar una reforma de la Ley Orgánica del Régimen Electoral General (Loreg). Ambos han acordado telefónicamente iniciar los contactos a través de los portavoces de ambos grupos en el Congreso de los Diputados, Irene Montero y Juan Carlos Girauta, y ambos mantuvieron ya una primera reunión.
El asunto es muy interesante pero en absoluto simple ya que en las democracias más perfeccionadas conviven sistemas electorales muy distintos que oscilan entre las fórmulas extremas, el sistema proporcional puro y el mayoritario puro. Según la conocida ley de Duverger, la proporcionalidad pura conduce al pluripartidismo (el sistema italiano que pervivió varias décadas tras la Segunda Guerra Mundial es el ejemplo más genuino), en tanto el sistema mayoritario puro lleva al bipartidismo (el sistema británico actual). Entre ambos hay modelos proporcionales corregidos, como el español, sistemas mixtos como el alemán (una parte de los representantes se eligen por el sistema proporcional y el resto por el sistema mayoritario) y sistemas mayoritarios a dos vueltas que dan más opciones a las minorías, como el francés. Los sistemas pluripartidistas son más inestables, en tanto que el bipartidismo es la encarnación dela estabilidad.
En España, la ley electoral vigente, que fue obra de un grupo de altos funcionarios que asesoraban al gobierno de Adolfo Suárez y que ya rigió en las elecciones preconstitucionales de 1977, no fue una improvisación: se pretendía favorecer la formación de dos grupos hegemónicos, de centro-derecha y centro-izquierda, dar cabida asimismo a un pequeño Partido Comunista y permitir el ingreso en el Parlamento de las minorías nacionalistas catalana y vasca. El objetivo se logró con creces, y ha funcionado hasta la gran crisis económica reciente un bipartidismo imperfecto funcional y operativo.
Avanzar hacia la mayor proporcionalidad es tentador ya que con ello se produce un acercamiento a la máxima democrática de «un hombre (y una mujer), un voto». Pero ténganse en cuenta en la reflexión dos argumentos: uno, que el Reino Unido es la más vieja democracia del mundo y posee un indiscutido sistema mayoritario; y dos, que el experimento cuasi pluripartidista que estamos viviendo es frustrante, de indecente parálisis parlamentaria.
Y piensen que, siendo Alemania un país admirablemente organizado y con características territoriales cercanas a las nuestras, se ha dotado de una ley electoral compleja pero muy equitativa que concilia una representación sensata con la gobernabilidad y con la sensibilidad federal. Quizá la solución pudiera lograrse por este camino.