Desbarajuste
N os seguimos preguntando, a estas alturas que dan bastante vértigo, qué es España y qué queremos que sea. Ya se ven menos banderas colgando de los balcones, porque el viento de la política ha sido sustituido por el arrabal de la historia y somos nosotros los que tenemos que escribir este capítulo, aunque sea con renglones torcidos.
¿Cómo va a salir el retrato si el modelo no se está quieto? El zarandeo de la patria ha llegado a la izquierda moderada, que no da una a derechas, mientras el conflicto catalán se ha convertido en pandemia.
Los independentistas agrupan a gente que resulta realmente muy diversa, pero todos tienen una idea en común: echar a los desvanes de la historia el proyecto de una España donde quepamos todos, aunque para hacerse un hueco sea a codazos.
Se habla de descentralización mientras nadie tiene claro dónde está el centro y el Partido Popular, o parte de él, reclama un candidato distinto a Rajoy, pero que se parezca mucho a él, y que reniegue del pasado, que siempre es irreparable, por muchas composturas que se le pongan.
Fantasmas de otro tiempo reaparecen para pisarse las sábanas. Francisco Granados, principal imputado en el célebre caso Púnica, confiesa que hubo financiación ilegal dentro de su propio partido.
La venganza no sólo se puede comer fría, porque algunos degustadores la ingieren mejor servida totalmente en caliente. Es un problema de paladares, que son tan distintos como las huellas digitales dependiendo de hacia donde mire uno.
Los líderes regionales no quieren hablar de la sucesión de Rajoy, ni de otros asuntos que podrían resultar bastante desagradables, pero se plantean renovar el partido antes de que se haga más pedazos.
El debate sucesorio les ha pillado en un duradero momento de debilidad por el crecimiento que experimenta Ciudadanos, que no sabemos si será imparable o no quieren pararlo porque no les conviene.