Fermín López Costero
E ste jueves, a los 55 años, falleció Fermín López Costero, colega, paisano y amigo. La noticia causa un inmenso dolor. Fermín era escritor; amaba la literatura con pasión e inteligencia. La amaba desde que era estudiante, y supo esperar muchos años hasta que le llegaron los premios, el reconocimiento y los lectores. En todo caso, él tampoco descartaba que tal momento no llegase nunca, algo que no le quitaba el sueño. Porque quienes aman la literatura solo piensan en buscar, en contar, en aprender, en hacer soñar, en descubrir. Fermín amaba la palabra, su juego misterioso y profundo, y eso le justificaba. Abandonarse al inigualable encanto de quien se pone a escribir. Con la memoria, la imaginación y el lenguaje como grandes cómplices.
Él era muy literario. Tanto en sus textos como en su pacífica y discreta vida. Y frecuentaba los espacios más artísticos de la literatura. Esos que tanto nos evocan la obra de Antonio Pereira, el gran escritor berciano del que Fermín fue buen amigo. Por el río fértil de la palabra unida al humor, a la paradoja y a la belleza navegaban los cuentos de Fermín López Costero. Al leerlos lentamente, paladeando sus párrafos, brotaba ese placer único que también vive en la obra de Pereira. O en los del centroamericano Augusto Monterroso. O en los del magistral Álvaro Cunqueiro. Brevedad, compasión, gracia. Fermín iba por ese cauce de la narrativa, el más seguro y sugeridor.
Pero no solo era prosista, sino un excelente poeta, que ganó respetables premios. Sus libros de versos eran cada vez más originales y ardientes, aunque fueran las pérdidas lo que ardiera en ellas, como ya nos había revelado Antonio Gamoneda en su obra. Últimamente Fermín había publicado diversos poemarios y curiosamente fue en Granada donde salieron a la luz.
El escritor que nos ha dejado tuvo una vida sencilla y fecunda en su Bierzo natal, que no abandonó nunca. Nacido en la jacobea y romana villa de Cacabelos, fue un gran aficionado a la historia y amaba particularmente el castro de Bérgidum, tan cercano a su raíz. Fermín era escéptico y bueno, y también crítico y reivindicativo. Y tuvo que luchar varios años contra una dolencia muy cruel que acabó doblegándolo. Entre la perplejidad, el sufrimiento y la aceptación.
Él no tuvo suerte y eso lo sentimos en el alma sus amigos. Se ha ido justo cuando había logrado juntar varios libros de mérito, cuando sus sueños, después de una larga espera, sucedían. Fermín deja mucha tristeza en las personas que lo quisieron y que supieron de su entusiasmo por la palabra. Sus amigos nunca le olvidaremos. Y, lo que es más importante: sus libros seguirán en la vida, porque Fermín él no escribía textos efímeros, sino que siempre anheló dejar un decir perdurable. Y lo logró porque nos deja un legado de curiosidad, encanto y memoria. De fidelidad a una tierra, y de temple ante su destino.