Sobrevuela la censura
« Sobran comentaristas, faltan dirigentes en el panorama político español», afirmó recientemente el presidente del Gobierno. La primera parte de la yuxtaposición encierra amenaza peligrosa que apunta al pensamiento único, en el que tan cómodo parece sentirse. De la segunda no cabe duda y ha de empezar por su propio examen de conciencia, pues uno tiene la impresión de que su formación anda intranquila, sin que parezca tener una idea de Estado, lo que conduce a no hacer políticas de Estado. Los partidos políticos están ahora pensando más en las próximas elecciones y en sus luchas internas en vez de pensar en lo que realmente importa, la gente. Quieren dar la vuelta o confirmar las corrientes de opinión que se esconden detrás de encuestas o sondeos. Las miradas cortoplacistas son siempre un riesgo que, al no centrarse en lo esencial, conducen a eufemismos, excusas, grandilocuencias, mentiras o verdades maquilladas con descaro. Parece mentira que sean los jubilados los que están —y seguirán en otros frentes, me aseguran— convulsionando el estado de dejadez que estamos viviendo. Algún efecto tendrá, porque el señor Montoro, según su plástica y desconsiderada expresión, empieza a poner algunas zanahorias sobre la mesa. Le advierten que estén maduras, que los tiempos del ‘todo vale’ se acaban.
En este contexto de lucha por el poder se intensifica y estrecha la vigilancia. Muchos ejemplos en los últimos tiempos testifican la amenaza a la libertad de expresión. Los efectos de esta política están dando la vuelta al mundo, que en alto grado cuestionan nuestra democracia. Preocupa al Parlamento Europeo la censura y manipulación de los informativos ‘oficiales’. Amnistía Internacional alerta de que en nuestro país se «restringió desproporcionalmente» la libertad de expresión. The New York Times dice que «España se ha convertido en un país donde los riesgos para la libertad de expresión han crecido en los últimos años». Podríamos seguir. Así que escritores, artistas, raperos, saltimbanquis, payasos, humoristas, periodistas, pensadores y un largo etcétera de especies raras, átense los cinturones. Y los machos. De seguir así, la censura puede llamar a la puerta. Lo que empieza pareciendo una broma pesada no lo es. Se lo aseguro.
En un estado democrático la reflexión y la divergencia no deberían tener obstáculos. La normalización de la intolerancia es una mala noticia porque es producto del miedo, que nunca mide las consecuencias.