TRIBUNA
Las Cortes leonesas
L a verdad es que me resulta complicado entender algunas cosas. Así en cierta ocasión tuve la oportunidad de escuchar de alguien que ha sido rector de la Universidad de León la referencia a «la obra de Gaudí en Castilla». Lo hacía delante de Botines y en alusión al cargo de responsabilidad que tenía en la organización de las diferentes actividades e iniciativas que allí se hacen. Cuando le indico algo tan evidente como que Gaudí no tiene obra en Castilla, su réplica no tiene desperdicio. Justifica su afirmación con un argumento tan «riguroso y académico» como decir que «esa identidad de lo leonés con lo castellano a él no le molestaba por tener casa en Valladolid». Uno pensaba que la universidad era otra cosa y no me deja de asombrar que ese sea el discurso de un ex rector.
También he escuchado que mientras muchos luchamos por dar a conocer que «León es la Cuna del Parlamentarismo» y ello tenga el reconocimiento internacional de la Unesco, un profesor universitario «de casa» lo ponía en cuestión. No deja de ser curioso que alguno de esos profesores se atribuya ser «la historia» y se olvide de la Fundación Villalar en su crítica del uso que se hace de esa historia para acomodarla a los intereses del poder (con el dinero de todos).
Las Cortes Leonesas de 1188 no es un acontecimiento puntual sino que responde a una trayectoria de contenido fundamentalmente político que se ha dado en el Reino de León. Si quiere ver monumentos a las hazañas del Cid Campeador váyase a Castilla, pero si busca la reivindicación de las Cortes como institución parlamentaria véngase a León.
Cuando es Castilla la que ejerce la hegemonía en el mosaico peninsular ello supone que van ganando terreno las medidas centralizadoras. Así alguien tan poco sospechoso como la enciclopedia de Castilla y León de la editorial Ámbito afirma: «Por su parte las Cortes muy vivas en el siglo XIV iniciaron en la centuria siguiente un rápido declive, hasta el punto que terminaron por asistir a sus reuniones sólo 17 ciudades» (pág. 78).
Es decir, cuando el Reino de León deja de tener Cortes propias se inicia una decadencia de este organismo. Las Cortes Leonesas no desaparecen como «fusión de identidades», como algunos nos han pretendido hacer creer, sino más bien por la falta de vigor de la propia institución de las Cortes y el aumento de las cuotas de poder centralizado.
Esa decadencia de las Cortes con la hegemonía castellana se fundamenta en que se las vacía de atribuciones. Así en la obra antes comentada se dice «Las Cortes se fueron reduciendo a un papel asesor y a simple caja de resonancia de las grandes proclamas regias» (Pág. 96). Ello supone que progresivamente se va reduciendo el número de convocatorias de esas Cortes. Así en el siglo XVI hubo unas treinta convocatorias, en el XVII se reúnen 11 veces y al siglo siguiente 9 veces.
El modelo leonés de España se ha basado en el concepto de «unidad en la pluralidad». Ha tenido su reflejo en el ‘Regnum Imperium Leonés’ del que Sánchez Candeira afirma que era «un organismo político unificador, verdadero superestado encaminado a crear una unidad por encima del particularismo representado por los distintos reinos que dentro de él conservaban su independencia». Es decir, a diferencia del modelo castellano en el modelo leonés se buscaba avanzar hacia la unidad, desde el reconocimiento de la diversidad.
El emperador en el Regnum Imperium Leonés era definido como un «rey de reyes». Es decir, era una fórmula de acceso a la unidad (un rey) a través del reconocimiento de la pluralidad (reyes). La aportación leonesa fue crear una instancia política superior, a la que dio el nombre de emperador, que fuese capaz de aglutinar a todos los demás reinos pero respetando sus propias personalidades. A mi modo de ver está visión sería clave para solucionar los actuales conflictos territoriales.
Se contrapone un modelo que prima los contenidos políticos, frente a otro que se sustenta principalmente en el referente militar. En esos siglos Castilla buscaba consolidarse como única autoridad suprema del país, para sobre esa base extender sus dominios hacia otros territorios. Incluso en el propio lenguaje encontramos estos signos que evocan un modelo «militar» («la reconquista», «la conquista de América»…).
El que en el imaginario de la ciudadanía se recuerde mucho más al Cid Campeador que a las Cortes Leonesas como Cuna del Parlamentarismo es algo que nos entristece y que habría que cambiar. Hay que definir mucho mejor lo que puedan ser las referencias en el reconocimiento social. Hay que recuperar la imagen de la España de las libertades. Aún se glorifica a un mercenario que usaba las cabezas de sus enemigos como munición de sus catapultas y se ha relegado al olvido al papel político de las Cortes.
En los anhelos imperiales de Alfonso X encontramos que el imperio ya no se establece como un proyecto político integrador de los pueblos de España, sino como búsqueda del expansionismo fuera de las propias fronteras, como un ampliar dominios.
En buena medida diría que el Estado de las Autonomías se vuelve a dar esa contraposición. Entiendo que la unidad se alcanza a través del acuerdo que tiene su plasmación política en las Cortes. Cuando se trata de buscar la unidad a través de la imposición, está termina fracasando.
Recuperar la historia leonesa es recuperar la España vinculada a los valores democráticos. Cada uno elegirá si es motor o freno en esa recuperación.