SEGURIDAD Y DERECHOS HUMANOS ?ARTURO PEREIRA?
Penas y otras calamidades
A Michel Foucault le gustaba ilustrar sus reflexiones sobre el castigo que infringe la sociedad a los condenados con historias propias de un cuento de terror de Allan Poe. Desde el traslado del preso desnudo entre la multitud hacia el cadalso, pasando por una verdadera tortura de todos sus miembros, hasta el momento en que la cuchilla cercena de cuajo su cabeza separándola del cuerpo, le sirve para trasladarnos a lo más oscuro y recóndito del alma.
Su argumentario es sencillo de entender. El ser humano ha evolucionado desde una crueldad innecesaria a la hora de castigar a los criminales, hasta una humanización de las penas resultado de un cambio en la concepción antropológica del crimen.
Si bien se presupone que la sociedad debe prevenirse contra el crimen, esta prevención pasa inevitablemente por el castigo. Hasta aquí todos de acuerdo, salvo algún divergente que siempre los hay. Ahora bien, en lo que ya no existe acuerdo es en la naturaleza de las penas que debe sufrir el delincuente. Aquí tenemos teorías para todos los gustos, desde las más inocuas a las más sanguinarias.
El epicentro de la reflexión sobre esta cuestión no debe alejarse de la ética y moral social del momento. Y digo del momento porque un romano no entendería que si alguien asesina a otro o al Cesar mismo, no se le facilitara el tránsito hacia el otro mundo de una manera poco delicada.
Por el contrario, actualmente la pena de muerte cada vez se está quedando con menos defensores entre sus filas. Los crímenes pueden ser los mismos, pero las penas han cambiado sustancialmente. Es fácil de asumir que los delitos básicos del ser humano son los mismos históricamente. La razón es simple; nuestras virtudes y pecados son los mismos que tenía cualquier habitante de la Grecia clásica o del Imperio Romano.
Veamos; la codicia nos lleva al robo, la envidia al asesinato, la lujuria al crimen sexual, la insolidaridad a la omisión de socorro y así hasta cuando decidamos no inculparnos más. Solo hace falta leer algo de historia de estas dos grandes civilizaciones y comprobaremos que este listado de miserias humanas se daba a diario, al igual que hoy.
La confusión entre fortaleza y eficacia es muy frecuente entre los bravucones. Una pena puede ser muy grave, entiéndase fuerte, y no ser para nada eficaz. ¿Se puede afirmar sin temor a equivocarse que es más eficaz una condena de quince años de prisión que otra de cinco años?
La subjetividad de las penas debe alcanzar mayor protagonismo si se pretende singularizar las condenas y mejorar con ello su eficacia. No se trata de una mera cuestión cuantitativa destinada a aplastar al reo con cientos de años de condena que no cumplirá.
La naturaleza y entidad de la pena debe individualizarse. La razón se fundamenta en que la personalidad del delincuente y circunstancias concurrentes en la comisión de sus crímenes deben ser tenidos en consideración a la hora de aplicarle una u otra condena. En España no se tiene en cuenta la primera circunstancia con lo que la subjetivación es muy escasa.
Es un principio constitucional que la prisión tiene una finalidad de reinserción. Esto no siempre es posible porque existen presos que no quieren o no se pueden reinsertar. ¿Qué hacer? También aquí hay opiniones para todos los gustos, pero insisto, una cosa está clara, la sociedad necesita protegerse frente a las conductas criminales.
Me viene a la mente un tal Jesús que fue condenado por un tal Poncio Pilato debido a la presión de las masas cuando él no había encontrado delito en su conducta. Fue el temor a una revuelta lo que provocó la muerte de un inocente.
Sometido a dos procesos por los mismos hechos, se cambió la acusación de blasfemia, por la de crimen contra el emperador por proclamarse rey. También le condenaron por incitar a no pagar impuestos, como a Al Capone (el fiscal que acusó al mafioso de origen italiano debía conocer muy bien la pasión de Cristo porque fue la única manera de incriminarlo) Luego resultó que no era para tanto la cosa y hay que ver la que se ha liado ya que medio mundo es cristiano. Debemos ser muy prudentes cuando tratamos asuntos que son irreversibles sobre la vida de los demás y reflexionar en base a una sólida ética y moral concurrente con el Derecho natural.