EDITORIAL | Una sociedad que envejece y que no afronta la soledad
La muerte de personas mayores en la soledad de sus domicilios, sin que nadie se dé cuenta hasta pasados días e incluso meses, ha dejado de ser un hecho aislado. El cambio en las estructuras familiares, que provoca un mayor desapego y la falta de contacto frecuente con muchos mayores, no está recibiendo una respuesta suficiente por parte de las estructuras administrativas de atención social. Lo ponen en evidencia los datos crecientes de mayores que, pese a sus problemas de salud o cognitivos, siguen afrontando solos un día a día que cada vez se les hace más difícil. Algo falla también en los mecanismos de alarma social, incapaces de detectar a tiempo cuándo una persona ‘desaparece’ de sus rutinas. Caídas, enfermedades,... el abandono suele acabar en estas situaciones en muertes que en ocasiones podrían ser evitadas; y en cualquier caso necesitan ser atendidas.
La situación de vulnerabilidad de la población mayor es un problema creciente en general. Porque la esperanza de vida es cada vez más elevada, y porque la población del más edad es un colectivo en aumento. Sobre todo en provincias especialmente envejecidas y que lo serán cada vez más, como es el caso de León. El aislamiento social de las personas mayores es lamentablemente una realidad habitual. Lo es en las ciudades, donde las conductas cada vez más individualizadas impiden estar pendientes de los vecinos más vulnerables; pero también en el medio rural, donde el número de personas de elevada edad que viven solas aumenta sin parar.