cartas al director
c José Hernández escribe con el título ‘El espíritu de Gabriel’: «El cambio vertiginoso que las nuevas tecnologías han provocado en el desarrollo de nuestra sociedad es de tal magnitud, que los sentimientos, las emotividades e incluso las consecuencias de cualquier suceso se ven supeditados en mayor o menor grado al tratamiento o conocimiento que se le presta en determinados medios de comunicación como la televisión, la radio o en las propias redes sociales. El fenómeno de contagio sentimental por el crimen perpetrado contra el niño Gabriel, solo es comparable con el que se produjo tras el asesinato de Miguel Angel Blanco y del que surgió el espíritu de Ermua. Aquellos días de angustia hasta que se perpetró la vil ejecución de Miguel Angel, provocó una reacción colectiva de todo el país que horrorizado ante la crueldad y maldad de los asesinos de ETA, terminó arrastrando a los partidos políticos a un gran pacto nacional para combatir el terrorismo con un resultado altamente positivo. La explosión de rechazo popular que ha producido la trágica muerte de Gabriel y los sentimientos de solidaridad en todos los rincones de España debería originar una reacción similar para que el ‘espíritu de Gabriel’ se convierta en una serena y profunda reflexión social sobre las raíces de la alarmante ola de violencia y el desprecio de la vida humana que, desde su origen, se detecta hoy en determinados sectores de la sociedad».
c Jesús Domínguez titula su escrito: ‘La libertad de expresión no es un derecho absoluto’: «Los ciudadanos de España hemos emprendido desde hace mucho el camino sin retorno hacia la convivencia en libertad y en paz dentro del marco de las leyes, el reconocimiento mutuo y el respeto a los derechos humanos. Hemos avanzado mucho, por ejemplo, en la comprensión de la naturaleza perversa de discursos y actos discriminatorios y de odio por razones de raza, país de origen, ideología política u orientación sexual, y hemos conseguido desarrollar una sensibilidad social compartida que señala, excluye y ya no tolera tales comportamientos. Pero no sucede lo mismo con la discriminación o delitos de odio por motivos religiosos, que aún gozan en nuestro país de una tolerancia incomprensible. La libertad de expresión no es un derecho absoluto, sino que tiene límites morales y legales. Es hora de promover, de manera pacífica pero firme, una respuesta. Nos jugamos el futuro de una sociedad sana y en paz, orientada hacia el bien común, en lugar de una sociedad envilecida que tolera e incluso aplaude las ofensas a los demás».