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León

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El camino de la primera luna de primavera hasta cuajarse llena salpica de pasos las calles de la ciudad. Son huellas con el contorno difuso y efímero, como las que se descubren sobre el suelo cuando llevamos los pies mojados, por las que pisa León para encontrarse cada año en la esencia de aquello que la identifica. No hay mejor época para pulsar lo que es la ciudad. No existe otro tiempo en el que se condense con tanta intensidad el trazo de un pueblo grande, mojigato, folclórico, figurero, costumbrista, leal, contradictorio, devoto e irreverente. Todo de una vez. A partes iguales. El Encuentro y Genarín. Los viacrucis y las chapas. El recogimiento de las iglesias y el lleno de los bares. Todo en apenas diez días en los que la Semana Santa nos acuesta un viernes de Dolores mecidos por la Virgen del Mercado y nos despierta, dos domingos después, envueltos aún en el aroma dulzón del incienso que se pega a la ropa y de la canela que camufla el vino de la traída con el que se hizo siempre en casa la limonada.

La Semana Santa pinta la ciudad a carboncillo, enlutada, con sus dieciséis cofradías, paridas por la necesidad de que todos los ansiosos por mandar encontraran su palio; un mecanismo idéntico al que alimenta dos organizaciones patronales, tres de hosteleros, media docena de agrupaciones de comerciantes y dos federaciones vecinales. Pero la profusión de egos, de capillos vanidosos descubiertos y necesidades de auparse a las varas para encontrar reconocimiento social, no menoscaba el esfuerzo humilde de miles de papones que meten el hombro o hacen guardia al pie de la acera, que madrugan para encontrar su hueco en la procesión, que acompasan el pulso con la baqueta del tambor que guía por el casco histórico al Cristo de los Balderas, que lloran a la puerta de Santa Nonia cuando se asoma la Virgen de Angustias, que penan con el Nazareno cuando sube por Sol al Encuentro de la plaza Mayor, que rasean bajo los tronos con las marchas de las bandas de cornetas y tambores, que no perdonan las costumbres que les enseñaron sus padres cuando todavía necesitaban que les llevaran de la mano... Esas son las huellas que desvela la primera luna de primavera, la que enfoca el maestro Motorines para dar vuelo a su pregón. Habrá otras. Pero cuando esta entre en menguante tardará un año en volver.