Ponfeblino
Y a no vamos siendo tantos los que un día viajamos en el Ponfeblino. Creo que fue en 1980 cuando el tren del Far West que unía Ponferrada y Villablino dejó de transportar viajeros. Que iban en sus cuatro o cinco vagones de madera pintados de verde. Precediendo al humilde vagón de cola, con sus mercancías y su farolillo rojo.
Mi padre viajó mucho en ese tren de origen y alma minera, que unió durante sesenta años el Bierzo y Laciana. A través de un valle hermoso y verde, muy sereno y dulce al principio, con castaños y encinares, y muy bravo a partir de la estación de Páramo. Cuando el convoy se adentraba en el tupido bosque que bordea las orillas del Sil. Luego mi padre, que era viajante, compró un coche y dejó de ir en tren. Poco antes de que eso sucediera, mi madre, que era muy romántica, se plantaba por sorpresa alguna tarde en la estación de San Andrés de Montejos, la anterior a Ponferrada, con sus dos hijos mayores, que éramos pequeños. Para ello hacía cinco kilómetros de caminata empujando una sillita de niño en la que iba mi hermano, y yo encaramado sobre su eje trasero. Mi padre se emocionaba mucho al ver a su familia en el andén, y hasta el revisor sonreía, y eso que los revisores solían ser personas muy serias y circunspectas.
Ese tren fue un cuento para muchos leoneses del oeste. Una vez mis tíos Segundo y Salomé nos llevaron a mi hermano Carlos y a mí a pasar un día de campo y baño en Corbón, una decisión más bien estrafalaria. Pero lo pasamos muy bien, y eso que las ortigas fueron inclementes con los cuatro. Otro día coincidí con el párroco de Matarrosa, don Javier, que era un gran comunista, y que había grabado discos en los que Cristo aparecía como un obrero de los pozos de Alinos. O como un obrero de los tinglados de la MSP en Ponferrada, donde estaban los talleres de los trenes: aquella luz pálida que se veía al anochecer, en los inviernos, con su trajín lento y sus depósitos de agua.
En ese tren yo descubrí los mares del sur en el verano de mis veinte años. Cuando fui varias veces hasta Cubillos con una chica muy guapa. Luego nos acercábamos al embalse de Bárcena, donde, por cierto, nunca coincidimos con nadie. Todo era soledad y fortuna. El viaje de regreso lo hacíamos siempre en la última plataforma, al aire libre, observando como se alejaban las casas, los campos, las vacas y las viñas.
Ese Ponfeblino murió. Ahora algunas gentes de bien quieren recuperarlo, haciéndolo salir desde la Ciuden, en Ponferrada, rumbo a su destino en Laciana. Idea hermosa, que daría vida al turismo leonés, idea muy sentimental pero de difícil cumplimiento. Ojalá vuelva a circular el Ponfeblino. Para la alegría y el placer de sus viajeros. Ojalá el Bierzo y Laciana tengan un nuevo instrumento para la esperanza y la ilusión. De momento, ya contamos con una potente y memoriosa locomotora de vapor, lo que no es poco.