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Publicado por
ALFONSO GARCÍA
León

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«Tengo una pregunta», me dice un colega en un encuentro reciente con motivo de la Feria del Libro de un país latinoamericano. «Bueno, en realidad son dos», añade, en una de las largas conversaciones en el porche de la casa colonial que compartimos. El asunto catalán, que resuena como un martillo pilón en todos los escenarios, viene a ser «un ejemplo —afirma—, ya aburrido, de la falta de diálogo y de la ineficacia de su política». Como es tajante, no digo ni una palabra. El asunto, con una serie de preguntas en batería, se hace peliagudo cuando entran, casi quitándose la palabra, en las arenas movedizas, y tanto, de la corrupción. Es curioso cómo la delicia del viaje se oscurece un poco al conocer tu origen, con preguntas recurrentes e inevitables, hechas casi siempre con ironía, risas y cierto desprecio. La impotencia de una explicación que no existe avergüenza al más pintado. Y al menos. «Son ustedes ante el mundo —afirma el más silencioso— uno de los paradigmas de la corrupción —¿es la nueva marca España?— y, como consecuencia, una de las democracias menos creíbles». Me duele. Me duele además porque sé que algunos de los presentes proceden, en el mejor de los casos, de carencias democráticas o de estados democráticos deficitarios o muy deficitarios.

«¿Y qué me dice de la destrucción de pruebas a martillazos?». La batería no tiene fin. «¿Y de los robos de documentación, robos consecutivos de documentos comprometedores, esclarecedores al menos, sobre algunas tramas de corrupción?». «¿Y cómo se explica la prescripción de tantos posibles delitos?». «Las inmunidades, llámenlas como quieran, de Pujol y Urdangarín, por ejemplo, asentadas además en privilegios, ¿son un retrato de la inmoralidad ética reinante?». «¿No hay en la madre patria —se acentúa la ironía— dinero para tantas necesidades, clamores y fuegos que podrían apagarse con lo robado?». Y siguieron, siguieron…. Hay respuestas que solo admiten el silencio o la confirmación. No hay más alternativas, acaso solo la esperanza de no ser un hazmerreír universal cuando la justicia haga caer todo su peso, todo, sobre ladrones, corruptos y corruptores. Nadie ha de soportar el vilipendio de la vergüenza ajena.

Así debió de entenderlo un peruano que propuso un brindis. Preparó un pisco de aquí te espero. Levantamos los vasos y sonreímos por primera vez aquella noche.

El relato es real.

Confieso que dormí mal. Y poco. No sé por qué, aunque lo intuyo.

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