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TRIBUNA

Seminarios: las viejas fuentes se han secado

Publicado por
EUGENIO GONZÁLEZ NÚÑEZ PROFESOR DE LA UNIVERSIDAD DE MISSOURI-KANSAS
León

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T ras oír semanas pasadas las declaraciones del obispo de Astorga, hoy me pongo en el corazón de los que siguen siendo católicos practicantes en el campo, y me pregunto. ¿Cuánto tardarán en desaparecer de las áreas rurales de nuestra diócesis los curas de pueblo? De seguir así, en diez años más, para asistir a misa, nuestra gente tendrá que correr a Astorga, Ponferrada, Bembibre, La Bañeza, Puebla de Sanabria o El Barco de Valdeorras… ¡Y pare usted de contar, porque no hay más cera que la que arde! En esas «agrupaciones parroquiales», mientras duren, podrán cargar los fieles sus baterías espirituales para medio año…, al igual que materialmente se aprovisionaban en el pasado en los grandes mercados y ferias comarcales.

Sincero soy al decir que siendo rector del Seminario me empeñaba en proclamar el futuro del mismo, aunque en mi interior algo me decía que los tiempos de vino y rosas habían pasado. Ojalá el rector actual no caiga en el mismo error y vislumbre multitudes donde solo hay contados y generosos no lo dudo— peones camineros.

Don Julián Barrio fue el último mirlo blanco del Seminario de Astorga —con todo respeto y cariño hacia él lo digo—, al que a pesar de todo muchos ‘desplumaron’ antes que fuera nombrado obispo auxiliar de Santiago. Para sustituirlo, allí llegamos un nuevo equipo de sacerdotes, nombrados por el obispo don Antonio.

Este nuevo equipo de formadores del Seminario Mayor, cayó como un jarro de agua fría entre algunos sacerdotes, aunque también despertó ciertas esperanzas y simpatías de otros. Como rector del Seminario Mayor, conviví, conocí, gocé y sufrí la actitud de algunos clérigos, así como de mis propios seminaristas mayores. Los recuerdo ayer, rebeldes por vocación, altaneros autodidactas, a veces subidos de tono, y hoy que los veo en puestos importantes de la Diócesis, no puedo dejar de sentir cierto rubor ajeno, porque nacidos para incendiarios, muy pronto se han dejado ‘desbravar’ y se han convertido en auténticos y dóciles bomberos en sus respectivos altos cargos diocesanos. «Se han tendido» ya en varias ocasiones —ellos mismos acuñaron el sarcástico dicho—, pero hoy ya están aterecidos por el aire frío de la paramera, del que algún día vomitaron tan solo pensando en respirarlo.

La inesperada muerte del obispo don Antonio fue el aldabonazo para poner en la picota a este ‘equipo incompetente’, esperar la venida del nuevo obispo y —de un escobazo violento—, dejarnos de patitas en la calle con la anuencia y maquiavelismo intrigante, aunque simplón, de alguno de los propios compañeros.

Fue un día, con más pena que gloria, por saber las razones —sin que el obispo nos las dijera—, cuando fuimos defenestrados para dejar el puesto a otros que prometían más fruto que nosotros. Duró poco el festejo diocesano, y en pocos años, se sucedieron en el Seminario cuatro rectores, incluido el propio obispo asturicense. Los resultados no fueron buenos y todos acabaron abandonando el birrete, menos el obispo que mantuvo intacto su solideo.

Hoy, sin tener nada que perder y sin prendas que me duelan, en alto lo digo, sigo queriendo, especialmente en las áreas rurales a sus gentes y a los verdaderos pastores de la diócesis de Astorga que las atienden, pero me duele la repetida, manida y por tanto ya no creíble actitud de una desleal —y tal vez dolosa— jerarquía al hablar de la futura atención pastoral que a las áreas rurales les espera.

Hace 30 años había en la Diócesis un número considerable de sacerdotes. Hoy quedan 135, pero ¿cuántos de ellos disponibles? La mayoría cargados de años, pueblos y achaques, para llevar a cabo una nueva (la enésima) agrupación, concentración, reestructuración que ahora intenta hacer don Juan Antonio.

Eran los años ochenta cuando ya oí hablar del tema. Adquirió fuerza en el inicio del siglo XXI, y hoy vuelve a presentarse como perentoria, urgente y a la desesperada. Si don Emilio en Ancares atiende ahora 12 pueblos, en un futuro cercano atenderá 15, o tal vez, años y salud, ya no le permitan atender ninguno. ¿Quién se pone en lista para recibir la herencia de medio siglo de soledad, generosidad y entrega en Ancares?

¡Seamos sinceros! La Iglesia católica tiene que encontrar otras alternativas para atender a sus fieles de las áreas rurales, porque en menos de 20 años el clero diocesano estará condenado al más bajo nivel sociológico de los peores tiempos de la Diócesis. ¿Serán la solución los diáconos, los sacerdotes casados? ¿Religiosas, laicas? ¿Sacerdotes venidos de África, América Latina?

No nos hagamos ascos quienes por siglos y en ocasiones con aire petulante y altanero fuimos allí a ‘convertir indios o negritos’. ¡No se me ocurre más!

Tal vez los obispos, que conocen mejor que yo el problema y que lo ven venir a pasos agigantados, tengan mejores soluciones que hinchar, abultar ante Roma la lista de seminaristas en las diócesis rurales. ¿Sabrá el papa Francisco los problemas reales de las diócesis rurales de España? ¿Qué espera la Iglesia católica —nos preguntamos muchos—, para ponerse al día y dejar de pensar —aunque lo calle—, que el naufragio sociológico clerical viene fraguándose por años? Bien seguro que también la gente de las áreas rurales tenga una palabra que decir, para tomarla muy en cuenta.

Sociológicamente, y de seguir así, el estamento clerical se va viendo abocado a las ciudades y sin futuro en las áreas rurales. ¡Que nadie se me enfade! Los números nunca mienten, ni siquiera lo hicieron en la boyante, pero burlada economía diocesana posterior al 2001.

La pérdida acelerada de sacerdotes nos lleva paulatina pero inexorablemente a un mínimo de lugares de culto abiertos cada domingo. Astorga sería el último reducto sagrado —muro de lamentaciones— de un final trágico o de un inicio valiente y gozoso si Roma y Astorga saben tomar el toro por los cuernos —la dura realidad, con sentido común—, y acometer una verdadera reforma del Semillero Vocacional Diocesano, en el sentido más amplio, abriendo así esperanzas de futuro que incluyan plenamente a la mujer de nuestro castigado y paciente mundo rural.

Señor obispo de Astorga, sin entrar en consideraciones teológicas, que no vienen al caso, le deseo mucha suerte en su arduo —humano y divino trabajo pastoral—, y espero que no se quede sin Ministros Servidores de la Palabra y los Sacramentos en las áreas rurales de la diócesis de Astorga. ¡Sería muy triste, lamentable, sin que me atreva a mencionar la palabra irreversible! Ojalá el contraste entre el complicado camino clerical y la triste realidad humana actual, pueda ser tratado como compatible, viable y acertado en los años venideros.