Diario de León
Publicado por
AL DÍA Julia Navarro
León

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C aminar por las calles de Jerusalén es caminar por el empedrado de la Historia. Cada vez que he visitado esta ciudad no puedo dejar de estremecerme, de pensar cuanta sangre se ha derramado desde el principio de los tiempos por poseerla.

Durante esos días miles de peregrinos llegados de todas partes del mundo han ocupado la Vieja Ciudad en un ir y venir de un lado a otro, del Santo Sepulcro a la Iglesia de San Juan, del Jardín de Getsemaní a la Tumba del Rey David, del Muro de las Lamentaciones, la Vía Dolorosa, la Capilla de la Ascensión, la iglesia de Dominus Flevit .... Cristianos católicos, ortodoxos, protestantes, judíos, musulmanes las tres religiones monoteístas que para los que Jerusalén es ‘la ciudad tres veces santa’.

Hay una tregua aparente que nunca sabes cuando se va a quebrar porque en esta tierra que tantos se disputan cualquier cerilla puede encender una hoguera difícil de apagar. De manera que uno nunca camina tranquilo por Jerusalén, ni las tiene todas consigo cuando pone rumbo a Nazareth o a Galilea, o a orillas del río Jordán, a cualquiera de los lugares donde vivió o predicó Jesús. Una tierra que debería de ser paz es una tierra en disputa y por tanto una tierra de guerra.

En los últimos meses hay además otra tensión añadida a cuenta del reconocimiento de Jerusalén por parte de Estados Unidos como capital de Israel quebrando un «estatus quo» que no satisfacía a ninguna de las partes del conflicto pero que al menos ayudaba a no socavar mas el frágil equilibrio sobre el que se sustenta la ciudad. Uno también siente inquietud y casi miedo cuando tropieza con el Muro que divide esta tierra, llamada Tierra Santa. El Muro que hay que atravesar para llegar hasta Belen o a los territorios en manos de la Autoridad Palestina. El Muro de la desolación y de la vergüenza, el Muro que otros justifican en nombre de su derecho a sentirse seguros. Un Muro que constituye una cicatriz evidente de la violencia que domina esta tierra.

El viaje a Tierra Santa es un viaje de introspección, al igual que lo es el Camino de Santiago. Es un viaje hermoso, sorprendente, también doloroso porque no se puede permanecer impasible ante la violencia latente, ante el desgarro de dos pueblos que se niegan a compartir en paz unos cuantos kilómetros de terreno que no dejan de regar con su sangre.

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