FUERA DE JUEGO
Cada vez menos
Como no es bueno lo de mezclar las churras y las merinas quizá se nos ha sumergido en un ruido confuso con tanto mensaje que no discierne entre despoblación, envejecimiento y éxodo rural. España tiene un problema de envejecimiento que cuestiona todo el sistema. Y León tiene los tres, pero no es una cuestión que dependa precisamente de lo mucho que ha llovido esta última primavera...
El abandono de los pueblos es un fenómeno planetario, un río imparable que encamina a las personas a las ciudades y al que sólo se le condiciona el cauce donde se generan oportunidades realmente atractivas, eso sí, en localidades de una cierta entidad. El mapa poblacional de la provincia lo pone en claro a pesar de que se mire hacia otro lado ante los municipios en los que el año próximo votarán 350 personas pero en los que la vida efectiva se limita a 50. Son irregularidades que se toleran envueltas en un populismo y un temor al ‘linchamiento’ si a uno se le ocurre plantear que en el mapa pluriinstitucional español —UE, Estado, autonomías, provincias, municipios, consejos comarcales, mancomunidades, pedanías...— algo podría ser que sobrase.
Las estadísticas permiten todo tipo de acrobacias y no es complicado ganarse un titular alegando un recorte de maestros cuando en realidad lo que ha ocurrido es que ya no hace falta uno en cada pueblo por la mera razón de que pasarían las mañanas haciendo solitarios.
El carbón es un buen ejemplo también para radiografiar lo ocurrido. Durante años se estafó literalmente a las comunidades de vecinos y se llevaron camiones enteros de piedras a las térmicas, cobrando ayudas millonarias al Estado. Esa fue la aportación de la patronal mientras la parte social apañaba prejubilaciones y prebendas. Y los partidos políticos ‘clásicos’ se intercambiaban reproches y papeles marcando el camino a los nuevos, que olvidan la defensa del carbón en cuanto se acaban los baches de la autovía al acceder en Benavente a la A-6, para ir a ver a los que deciden las listas.
Mirar al entorno es malo. Contemplar que es inapelable la muerte de los pueblos en todo tipo de territorios. Y descubrir que la segunda fase, que se agrava cada día, y que matará ciudades y provincias enteras empezó un poco antes del último cuarto de hora.
Pero aquí seguimos enrocados en la supervivencia sin un mínimo realismo.