Hacer política como una vieja ‘españolada’
E n una España en la que bastantes políticos ( y seguro que profesionales de otras áreas) adelgazan sus currículums precipitadamente, prosigue el guión de la película política diaria que cada vez se asemeja más a una ‘españolada’, tipo La escopeta nacional . «Lleva Roger Torrent camino de protagonizar una de Berlanga», ha escrito el analista vasco Santiago González, confirmando que «la gran españolada tiene hechuras catalanas». Algo de eso hay porque al suspense de Junts per Catalunya, siempre pendiente de la última escena de Puigdemont, que ahora quiere elecciones anticipadas, se suman más noticias de enredo: un coche camuflado de los mossos parece que espiaba al exministro de Interior Jorge Fernandez Diaz, un hombre solo verdaderamente peligroso ante un micrófono; y en la autonomía balear se prescinde de médicos relevantes —además de músicos de la Sinfónica— por no saber catalán. Baleares no quiere ser menos que Cataluña.
Cambia el escenario en la película, y en el decorado de Madrid la ‘españolada’ rueda varias escenas impagables: Pablo Iglesias le advierte a Íñigo Errejón, que aceptó ser candidato a la Comunidad de Madrid pero participando en la elaboración de la lista, que no le va tolerar «ni media tontería». Mientras, Rajoy sigue meditando cómo resolver lo del misterioso Master de Cristina Cifuentes, un embrollo relevante en el guión porque puede anunciar un nuevo personaje, el sustituto de la presidenta para que se desactive la moción de censura que llevaría al socialista Ángel Gabilondo a presidir la Comunidad por nueve meses, hasta las elecciones. Y con Albert Rivera entrando en escena para hacerse respetar como galán.
Pero la propia política en Madrid, descartada Cifuentes para altas misiones, remite involuntariamente al escenario gallego porque, para encabezar la lista popular a unas generales, el guión anda entre tres gallegos: el propio Rajoy, que aún cree que el ideal es él mismo; Alberto Nuñez Feijóo que en cualquier conversación surge como una excelente opción y, entre cuchicheos periodísticos, Ana Pastor, una médico zamorana galleguizada que tiene algunas virtudes, entre ellas la de ser mujer y la de haber avanzado discretamente mientras todos estaban mirando hacia Soraya y la Cospedal, enzarzadas en una lucha de poder entre rivales irreconciliables por un sillón que acabará siendo para otro; o para otra.
El resto de autonomías, para su desgracia, no tienen protagonistas, ni siquiera actores extras con frase, en el guión de esa españolada. Susana Díaz, a caballo, concentrada en su finca tratando de no perderla; los barones asturiano, extremeño, castellano-manchego y aragonés aspiran a que no les salte una investigación como a la pareja valenciana Puig-Oltra. Revilla de programa en programa interpretando el personaje que creó y los vascos dando lecciones de ‘seny’ a los catalanes, lo que les irrita especialmente.
En pleno rodaje de esa cinta, que Berlanga como director, Azcona como guionista y Forges como ilustrador habrían soñado, todo se paraliza para escuchar a Felipe González entrevistado por Jordi Evole: con sus cosas, habla un hombre de estado, de los que había y no hay, capaz además de intercalar mensajes dignos de titular impactante: «Puigdemont no es un exiliado político como pretende, sino el capitán del crucero Costa Concordia que, cuando embarrancó su nave, se marchó a la costa»; o cuando, al comentar un cántico de la Legión por varios ministros, sentencia: «No lo comprendo, no comprendo que el Ministro de Educación sea el novio de la muerte».
Termina la entrevista a Felipe, en la que también ha repartido elogios —especialmente a Inés Arrimadas—, y se reanuda el rodaje de la ‘españolada’. Es otro género cinematográfico, sin duda de menor categoría, pero es lo que nos depara la subcultura política en la que estamos inmersos.
El cuadro escénico actual y los guionistas estratégicos es lo que nos ofrecen. Hasta que se oigan abucheos, y no indiferencia, en la sala.