fuego amigo
La fiesta del común
Atres años de su quinto centenario, el episodio comunero sigue despertando encendido debate entre historiadores, mientras la gente lo observa entre el desdén y la indiferencia. Algunos califican la revuelta de antiseñorial, al tiempo que otros la consideran como una de las primeras revoluciones burguesas. Incluso, una minoría sostiene que se trató de un movimiento renuente, de índole regresiva. El levantamiento brotó en una situación de inestabilidad, que se venía arrastrando desde la muerte de Isabel la Católica. Trece años después, su nieto adolescente desembarcó en Laredo, procedente de Flandes. Tenía diecisiete años. Ante las Cortes, Carlos se presentó sin hablar castellano y con una corte de nobles y clérigos flamencos, encendiendo el recelo de los procuradores.
El descontento se extendió a las capas populares y, como primera expresión del malestar, aparecieron pasquines en las iglesias. Allí podía leerse la apelación a la desgracia que suponía ser gobernados ‘por quienes no te tienen amor’. Entonces, las ciudades de Castilla y León eran las más pobladas de España, concentrando la riqueza de su entorno agrícola y ganadero, así como el comercio y una pujante artesanía. Las demandas fiscales, coincidentes con la marcha del nuevo rey para su elección imperial en Alemania, produjeron una cadena de discordias y revueltas.
Hubo motines, se quemaron casas de funcionarios y algunos recaudadores acabaron linchados. Las reuniones de Cortes estuvieron plagadas de incidentes. El rechazo de los procuradores a la pretensión imperial de su rey les empuja a exigir la participación directa en los asuntos del reino, deponiendo la organización establecida por los Reyes Católicos, que asignaba la política a la corona, sin resquicio para la intervención de los pueblos. Los comuneros procuran terminar con ese alejamiento y a través de la Junta expresan su voluntad de participar en la solución de los problemas, interviniendo directamente en el gobierno. Ahí fracasan todos los intentos de mediación. Los ayuntamientos de León y Villafranca fueron comuneros.
Lo resume el presidente de la Chancillería, al salir de una discusión con los rebeldes: ‘Ellos decían que eran sobre el rey y no el rey sobre ellos’. Aquellas ideas siguieron despertando cíclicamente grandes esperanzas. Un cronista del momento reconoce la brasa viva de sus propuestas: ‘Esperaban que sería esta república una de las más dichosas y bien gobernadas del mundo. Concibieron las gentes unas esperanzas gloriosas de que habían de gozar los siglos floridos de más estima que el oro’. La pintura romántica revitalizó el mensaje de aquel sacrificio, mientras el morado de sus enseñas acompañó reivindicaciones, incorporándose a la bandera republicana.