MARINERO DE RÍO
Gente importante
En 1936, el periodista y escritor norteamericano James Agee recibió el encargo de la revista Fortune de levantar acta —junto al fotógrafo Walker Evans— de las duras condiciones en las que se desarrollaba la vida de los aparceros del algodón en Alabama: aquel reportaje no llegó a publicarse pero el título que Agee quiso dar al inmenso, lírico, imposible y humanísimo libro de 500 páginas que después de todo un rosario de incomprensiones y trabas fue publicado con —parte— de aquel material fue Elogiemos ahora a hombres famosos.
En estos días de medallas, homenajes y fastos de plexiglás, de que la gente famosa no cese de asomarse a nuestras vidas sin haber sido invitada, al estilo de los diablillos del guiñol, y de que haya tantos golpes y arañazos por alcanzar la inestable, engañosa y atestada tribuna de autoridades, quisiera yo hablar aquí, humildemente y en voz baja, de otras personas importantes.
Importante es el pedáneo de un pueblo semivacío que siega las cunetas y mantiene en pie la casa concejo y el depósito de agua, y hace equilibrismos monetarios para que en verano venga una orquesta a amenizar la fiesta. Importante es la mujer —tantas veces, extranjera— que acompaña a enfermos en la soledad de su dolor, y las noches son pura vela y lamento, y al día siguiente habrá de despabilar el agotamiento para acudir a casa de otro. Importante es el cura que soporta sobre sus hombros la carga pastoral de veinte aldeas, y en ellas actúa de confidente, conseguidor y operario, fino y a veces casi único hilván que les conectará con el mundo. Importante es el ingeniero que después de haber andado los continentes y sus megalópolis decide volver a su villa natal a sembrar y recoger, a producir alimento de verdad y no sucedáneos perniciosos para la salud y la justicia. Y que se dará cuenta de que allí sí es alguien, de que tiene un nombre y un lugar en el mundo, que arroja una sombra distinta de las demás, mientras que en el hormiguero era un simple número reemplazable, un consumidor, un contribuyente, una cabeza gacha; nadie verdaderamente importante.
Miro los telediarios, permanezco atento a las pantallas, reviso las páginas... pero rara vez les veo subir a un podio y sonreír con su premio entre las manos.