EDITORIAL | 1 de Mayo: la realidad social y la necesaria revitalización sindical
La realidad con la que la provincia de León conmemora hoy el 1 de Mayo es que la mitad de los contratos de la recuperación económica no alcanzan un mes de duración, que todavía hay demasiados parados —30.100 según la última EPA— aunque porcentualmente sean menos por la pérdida poblacional, que hay menos autónomos y que la tasa de actividad es una de las más bajas del país. Y a todo eso hay que añadir, porque es el mensaje sobre el que se incide en esta ocasión, que la diferencia de género profundiza en la brecha, sobre todo como consecuencia de la precariedad de la jornada laboral
La realidad, la que dibujan las previsiones para la provincia, es que el crecimiento económico está, ahora sí, al alcance. Aunque con diferencias no sólo respecto a la media nacional, sino también con desventaja y un cierto retraso que se acumula trimestre tras trimestre respecto al conjunto de la comunidad autónoma. No debe olvidarse que el PIB de la provincia creció el año pasado un 2,1%, lo que supone cuatro décimas menos que la media de Castilla y León, registrando una de las tasas más bajas entre las nueve provincias.
Y la realidad es también que no despierta grandes expectativas este 1 de mayo. Año tras año las manifestaciones, aquí y en el resto del país, son cada vez menos numerosas, entre otras cosas porque el puente resulta muy apetecible para disfrutarlo. Pero no sólo por eso. La inacción y la manifiesta debilidad evidenciada ante una reforma laboral tremendamente lesiva —en la que el gobierno de Rajoy persistió sabiendo que las organizaciones sociales ya no tenían fuerza suficiente para tumbarla— hizo que los sindicatos se volviesen prácticamente invisibles, trasladando a la sociedad la idea de que, desbordados ya por la propia calle, resultan innecesarios en el siglo de la globalización y las nuevas tecnologías. Fueron vanguardia en la lucha contra la dictadura y por las libertades, incluso por delante de los partidos políticos. Pero de aquello sólo queda nostalgia. Ahora, lo hemos podido ver en las últimas semanas, otros colectivos sociales
—los pensionistas y los movimientos de mujeres, por ejemplo— son capaces por sí mismos de tomar la calle poniendo en escena lo que sin duda son ya las nuevas vanguardias sociales. Incapaces de combatir una política económica del Gobierno asentada sobre la devaluación de los salarios y la precariedad laboral como resortes del crecimiento, y derrotada la causa de los trabajadores, parece evidente —y desde luego es necesario— que los sindicatos —y, por supuesto, también los partidos políticos— deben actualizar sus mensajes y sus objetivos, pero también sus tácticas y sus estrategias. Y buscar una conexión con la sociedad si finalmente no quieren verse definitivamente fuera de ella.