Diario de León
León

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Con marzo y abril saciados de pantanos y rebosantes de desembalses, mayo nos mete las flores por los ojos para que entendamos que la primavera tiene maneras de publicista de grandes almacenes. Los colores nos explotan delante para conjugar la convivencia de las primeras compras de la temporada de verano y las últimas rebajas del invierno que no quieren esperar al frío para lucirse. La amalgama deja en la calle cruces extravagantes de ropero para adecuarse a la temperatura social con la que se supera un año más la celebración del Día del Trabajo. La efeméride nos sorprende escépticos como somos ante los anuncios de la recuperación económica hasta que reparamos en la letra pequeña que queda al pie de los contratos de trabajo que venden los apóstoles del empresariado y los neoliberales de nueva generación espontánea: uno de cada tres compromisos de empleo rubricados en el último año en la provincia leonesa ni siquiera alcanza la semana de duración, la mitad se quedó por debajo del mes y tan sólo un 0,3% rebasaron la barrera de los dos años vista.

La radiografía afea el cuadro que nos quieren pintar, mientras todavía se acumulan en las listas de empleo 12.300 familias leonesas en las que todos sus miembros se mantienen en paro, a la vez que desciende la tasa de población activa y las oficinas del Inem pierden adeptos por el vicio tonto que ha cogido la gente de marcharse de León. Frente a este panorama, la celebración del Día del Trabajo exhibe la realidad de las centrales sindicales que han perdido, justo cuando más debían de haber subido, la franquicia de la reivindicación social. Los sindicatos se ven postergados al vagón de cola de las manifestaciones, donde ondean con impertinencia sus banderinas de plástico para reclamar las fotos, como en las marchas del feminismo y las pensiones, tras haber fallado a la masa trabajadora que da sentido a su papel como interlocutores del sistema. El engranaje de la economía leonesa se termina de atorar con la relación clientelar que la patronal bronceada y los aprendices de tiburones cregarios muestran ante la Junta y el Gobierno, pese a los pellizcos para la galería, no sea que pierdan el lugar en la mesa del reparto de cursos, dádivas y adjudicaciones. Ánimo, la recuperación está ahí: todos a una, bogad.

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