MARINERO DE RÍO
Podía haberse evitado
Tengo un par de libros sobre la vida cotidiana en los años de la guerra —antes y durante el conflicto, son dos tomos, uno relativo a la España republicana y otro a la franquista—, magníficos y sumamente ilustrativos de cómo la gente de a pie acostumbra a vivir los más graves sucesos políticos y sociales cuando no le tocan de cerca; o sea, frecuentando las tabernas, comprando entradas para cines y teatros, acudiendo a las plazas de toros... incluso cuando el sordo zumbar de los bombarderos empezaba a escucharse en el cielo, los ciudadanos alzaban la vista, con cierta despreocupación, desde las terrazas de los cafés.
Me asombra la ligereza, o la indiferencia, o la lejanía, con las que el público en general asiste a estos tiempos cuyas fechas y sucesos señeros constarán más adelante, separados por epígrafes y con las letras resaltadas en negrita, en los libros de texto de Historia. Allí quizá, aunque sabe Dios con qué connotaciones, aparecerán las convocatorias de consulta y referéndum, el 155, las huidas, los encarcelamientos expeditivos, las manifestaciones... y muchas más cosas que hoy sólo podemos vislumbrar no sin zozobra: es el misterioso océano de páginas en blanco de lo que está por llegar.
Esas páginas podemos escribirlas, al menos en parte. Terco lector y visualizador de libros y documentales sobre conflictos del más diverso tipo —don’t forget Yugoslavia—, casi siempre me topo, en los textos e imágenes, con un momento en el que un tipo lánguido dice: «Ese fue el momento en el que podíamos haberlo evitado» o «de haber hecho esto, o lo otro, no se habría llegado a tal situación».
No sé si estamos en ese tipo de instantes. En uno de esos tiempos muertos en los que el curso de la Historia parece vacilar sin saber de qué lado caer . Pero, sea como sea, volvamos de nuevo a pedir, a reclamar hasta la afonía, hasta la extenuación, aun a riesgo de que nos llamen cargantes, ingenuos, agoreros y exagerados, empatía, tacto, inteligencia y diálogo. Sin humillaciones multitudinarias, prevaricaciones judiciales clamorosas ni silencios lívidos. Pero también sin exabruptos racistas, políticas de hechos consumados ni olvido de quien no piensa igual.
Eso, antes de convertirnos en el tipo de siempre, el de la voz pesarosa. Antes de que sea demasiado tarde.