Diario de León

EL CORRO

¿Qué será lo siguiente?

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PEDRO VICENTE
León

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No es la primera vez que me refiero aquí al prematuro envejecimiento de los dos partidos que irrumpieron en escena con el estandarte común de regenerar la anquilosada política española, dominada desde la transición por el bipartidismo imperfecto compartido por PP y PSOE. Podemos y Ciudadanos, que en las elecciones de 2015 compitieron en parte por un mismo electorado hastiado de los «viejos partidos», se han ido resituando y hoy están en las antípodas ideológicas. Pero en su divergente evolución ambos han ido adquiriendo con pasmosa facilidad no pocos de los vicios y resabios de la denostada vieja política.

Ciudadanos, que se reclamaba de centro más o menos equidistante entre PP y PSOE —se definía a un tiempo como socialdemócrata y liberal—, ya dio un primer paso a estribor abjurando de la primera de esas etiquetas. Pero su gran bandazo ideológico ha venido de la mano del desafío independentista catalán, sobre el que ha catapultado un irresistible despegue político que le sitúa en los sondeos como primera fuerza política. Ante un Rajoy desorientado y desbordado por la estrategia de Puigdemont y sus adláteres, el tándem Albert Rivera-Inés Arrimadas ha capitalizado en toda España el sentimiento patriótico suscitado por la deriva separatista.

Al explotar un sentimiento de carácter horizontal, la formación naranja está fagocitando simultáneamente no solo a una sustancial parte del electorado del PP, sino también a otra tradicionalmente fiel al PSOE. Por si fuera poco, la vuelta de tuerca personificada por Quim Torra ha calentado aún más ese caldo de cultivo y con él el apoteósico deslizamiento de Ciudadanos hacia un patrioterismo tan rancio como para adoptar el himno perpetrado por Marta Sánchez. Una deriva con la que los naranjas asumen como propio el discurso de Vox, el partido que viene intentando sin éxito abrirse paso a la derecha del PP.

Podemos y Ciudadanos comparten además un hiperliderazgo de signo caudillista que se compadece muy mal tanto como la regeneración democrática como con la democracia interna que ambos preconizan. En el caso de Pablo Iglesias ese caudillismo acaba de alcanzar su clímax con la convocatoria de una consulta que pone a las bases en el disparadero de legitimar una conducta que se da de patadas con el ideario de la formación, so pena de abrir una crisis que pondría en peligro la supervivencia del partido. Algo similar a lo que hizo Felipe González hace 30 años cuando impuso la renuncia del PSOE al marxismo; solo que ahora el órdago es por algo tan prosaico como el de mudarse a un chalet de alto standing en la sierra madrileña. Ver para creer.

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