Diario de León

Publicado por
Luis Herrero Rubinat abogado
León

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A herrojados a una comunidad por tantos motivos perniciosa, a los leoneses nos hacía falta un poco de autoestima. Sentirnos alguien, destacar en algo, conseguir un reconocimiento por alguna de las excelencias que atesora esta tierra ninguneada.

Cuando hace casi cuarenta años los dos principales partidos políticos cambiaron el ‘León Solo’ por el gatuperio de Valladolid, se deshicieron en promesas que, a su vez, las desbarataron apenas formuladas: León sería la capital de la autonomía; o, al menos, en León se asentarían las cortes autonómicas. Que León quedara al margen del diseño autonómico no se pagaba ni con una capitalidad ni con un millón. Pero es que ese tipo de compromisos ni siquiera fueron tomados en serio. Nunca. Estaban muertos antes de nacer. Se trataba de burda palabrería, fuegos de artificio, lenitivos para salir del paso a los propios pancistas que sentenciaban a León.

La negación autonómica ha sido el golpe más duro recibido por esta tierra en su milenaria historia. No se entendió entonces, y sigue sin entenderse ahora, por qué León, precisamente León, es la única región que ha desaparecido en el nuevo diseño territorial. No se entendió entonces, y sigue sin entenderse ahora, por qué los riojanos, murcianos, asturianos, cántabros, madrileños o navarros tuvieron justo el mismo reconocimiento que se les negó a los leoneses. Por qué. ¿Porque los demás son más guapos, más altos, más rubios? Desde el rigor, la racionalidad o la igualdad entre los pueblos de España no es entendible tamaña tropelía.

Y a partir de este punto tampoco se entiende lo que vino después: que en León se celebraran las primeras cortes democráticas y que, sin embargo, no acoja ni la capital ni siquiera las cortes. Nada. España tiene diecisiete parlamentos autonómicos y en la cuna del parlamentarismo no se asienta ninguno. Un absurdo, inconcebible en ningún otro país del mundo.

La voracidad centralista de la nueva autonomía, sus ínfulas por concentrarlo todo en el mismo sitio y desde el primer momento, certificó la razón más poderosa de este gatuperio, la de los pancistas que la crearon y la sostienen y anticipó los acontecimientos que vendrían después.

León se quedó sin autonomía, sin capitalidad, sin cortes. Se quedó sin nada. Y los leoneses nos quedamos con ganas de todo. Por lo menos con ganas de algo.

Por eso el anuncio de la capital gastronómica española nos subió la adrenalina. ¡Por fin íbamos a ser capital de algo! Esta tierra tendría un protagonismo merecido en justo reconocimiento a la variedad y calidad de sus productos agroalimentarios. Aspectos estos que, con la repercusión económica y la promoción leonesa en el exterior, eran los que de verdad nos importaban.

Así que se corrió un tupido velo sobre quién otorgaba el premio, el rumboso ‘canon’ que había que desembolsar para obtener dicho reconocimiento o la particular manera que tenían los otorgantes de seleccionar a la ciudad elegida. Lo importante era alimentar nuestra maltrecha autoestima como pueblo y adquirir un protagonismo que, naturalmente, estamos convencidos de merecer.

Vamos a aceptar que a León le corresponde saborear el olimpo gastronómico durante un año. Doce meses de los que, así como que no quiere la cosa, han transcurrido casi la mitad. Un tiempo significativo para hacer balance. Para constatar que, si nadie lo remedia, esta efeméride va camino de concluir con más pena que gloria. O, directamente, en un fiasco colosal.

Comenzaron las malas sensaciones cuando la ciudad inició el año de su puesta de largo patas arriba. Patas arriba, abierta en canal y cerrada al tráfico se halla Ordoño II. Desmontada, como las piezas sueltas de un rompecabezas, luce la plaza del Grano. Cerrado por obras encontramos el Hostal de San Marcos, oculta su fachada tras un tupido andamiaje. Idéntico aderezo presenta el rosetón de la catedral.

Luego asistimos a la inauguración tardía de una sede de la capitalidad insulsa, sin contenido. Más tarde vinieron los datos de visitantes y pernoctaciones durante los primeros meses de este año, decepcionantes. Pésimos. Ahora se anuncia que el programa presentado para este año no se podrá cumplir en su integridad.

Parece un suma y sigue. Algo no se está haciendo bien. La imagen que estamos proyectando de esta tierra es la de la más absoluta desorganización. La de la improvisación continuada por parte de sus gestores públicos. De verdad, ¿es esta la imagen de León que queremos mostrar a los visitantes?

La designación de la capitalidad gastronómica pudo servir, entre otras cosas, para que esta tierra encontrara un poco de su autoestima, diezmada por el oprobio autonómico. Si en lo que resta de año no mejora la gestión del evento, si no se proyecta con más fuerza en el exterior las potencialidades leonesas, si no se consigue promocionar nuestros productos y nuestras comarcas, si no somos capaces de atraer a más visitantes y de alcanzar más pernoctaciones, si no se vende León, luego nos lamentaremos de haber dejado pasar esta oportunidad.

Y todos los actores políticos, tanto gobernantes como oposición, despertarán del letargo en el que permanecen instalados como corresponsables de un fracaso colectivo.

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