león en verso
Próxima salida, neumología
La calle la Hoz es un espacio iniciático para niños que a las nueve de la mañana prueban con experiencias distintas a las de aburrirse en un aula. Alguno de los setenta y cinco mil chavalines que tiran de beta antes de llegar a segundo de la ESO han metido la primera calada en callejones estrechos que amparan en la fuga hacia adelante y, casi siempre, acaban por desembocar en una sala de espera del servicio de neumología. Las pellas tienen el sabor amargo del benceno y marcan el camino de la nueva savia, que se va a abrir paso por la vida entre la huella inconfundible que deja el olor a nicotina. Algunos recuentos estadísticos establecen que casi cuatro de cada diez de los menores de entre 14 y 16 años se han entregado al tabaco en este curso, lo que supone un aumento de tres puntos porcentuales respecto al año anterior. La edad media para lanzarse a ese océano que atrapa entre el humo son los trece años. La adicción está en marcha; el cigarrín entre dedos púberes es otro exponente de que hay algo que no va bien en esta sociedad que tanto hincapié hace en las políticas de prevención, en partidas presupuestarias millonarias para divulgar los efectos dañinos de aspirar humo por un tiro de papel; se conoce que no siempre la información está reñida con la ignorancia. No hay excusas para que un plan contra las drogas deje pasar como si nada a una masa de sangre joven que se lanza al pesebre de lo prohibido. Algunas de las expediciones que planifica la autoridad competente contra la expansión del alcohol, otra epidemia adictiva entre los cachorros que despiertan al alterne, advierten de cómo se repliegan al control en zonas del alfoz, más allá de los límites de la vigilancia municipal. Es lo que tiene el pitillo; un artilugio mucho más fácil de disimular que el abrevadero del botellón; y que introduce mejor en esa relación exigente y dominante del que expande la cizaña. Basta un muro, una arista; un saliente. Hay mañanas en las que en la calle la Hoz se fuma más que a la puerta de la antigua maternidad; antes, claro, de que la batalla legislativa llegara al rescate de los pulmones de esa generación que creció fascinada por el glamur que otorgaba el cigarrillo. Hasta que por la Cabra Mecánica supo que mataba más el tabaco que los aviones.