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TRIBUNA

El reino de Dios: la religión en las aulas y en la democracia

Publicado por
Miguel Ángel Castro Merino Profesor de FILOSOFÍA en el IES Padre Isla
León

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E ste escrito no pide la quema de crucifijos, ni la destrucción de las iglesias o de las mezquitas. Es más, si así fuera, sería contrario al afecto que el autor profesa por ciertos cristianos, por ciertos creyentes en Alá, algunos, alumnos suyos, gente agradable y sensata. Nuestros argumentos tratan de ceñirse a la materia objetiva que tenemos ante nosotros, que no es otra que la supresión definitiva de las clases de las religiones católica, evangelista, musulmana, etc., en la escuela pública y/o concertada, mantenidas con fondos del Estado español. Como quiera que cada vez que se presentan objeciones contra la enseñanza de la religión en la escuela se centra el tema en la existencia o no de Dios, en la bondad de la religión y en sus valores sacrosantos, esto es, como quiera que el peso de la tradición en España es secular y parece imposible destronar, por el momento, a la religión católica y a las que vendrán a afincarse en la nación (islámica, budista, hindú, etc.), nuestros argumentos dejarán de centrarse en tales núcleos y denunciaremos ya no la religión y su cuestionable docencia en lo que respecta a los credos, sino algo más grave aún que afecta a la estructura misma de nuestra democracia.

Como ciudadano de la nación política española, puedo discrepar de las afirmaciones de los poetas, de un Quevedo cuando afirma en Amor constante más allá de la muerte que los amantes serán polvo, mas polvo enamorado, de un Alonso Quijano que confunde molinos con gigantes, de un Platón que propone la existencia de dos mundos o, incluso, de la teoría del Big Bang, en la que se cree a ciegas, casi de modo fundamentalista, cuando hay mucho que decir sobre el asunto, y que, sin embargo, parece uno de los mitos científicos más logrados. Puedo, incluso, desconfiar de partes de la teoría de la evolución o no aceptar, con razones firmes, que Vargas Llosa o Cela merezcan el Nobel.

Es decir, nuestra capacidad crítica nos puede llevar a no aceptar lo que se dice socialmente, gracias al uso del método socrático, tan necesario en nuestra convivencia comunitaria. No. No es esto lo que se denuncia. Lo que se denuncia, con toda contundencia y gravedad, es la existencia, a plena luz del día, del colectivo de profesores de religión, que no se somete al procedimiento administrativo por el que todo hijo de vecino debe necesariamente pasar para poder impartir docencia en los centros públicos. Sin embargo, este silencioso colectivo tiene las puertas abiertas mediante una selección oscura, oscura como la tela de las sotanas de sus ministros. Mantiene la Iglesia sus prebendas y esta es la prueba evidente de que nuestra sociedad todavía es reaccionaria y de que sus políticos no han erradicado, todavía, la cómplice relación Iglesia-Estado. Es más, se diría que se incumple absolutamente con la igualdad de oportunidades y que, en función de unas creencias religiosas, se puede acceder a la docencia descartando a todo el resto de opositores que no profesan tales credos. En consecuencia, se advierte una discriminación ignominiosa en el acceso al puesto docente en la administración pública por cuestiones de credo, y ello cuando ningún opositor, según nuestra actual Constitución, puede ser excluido por tales razones.

¿Quieren enseñar religión en las aulas? Sométanse a los mismos procedimientos a los que ha de someterse el resto de mortales y dejen de ocupar de forma privilegiada la escuela. No es justo, no es de recibo que quienes presumen de ser hermanos se cuelen por la puerta principal y no tengan que pasar por el vía crucis de la oposición (bien saben de qué infierno se libran, eso sí, de oídas). Es más, es un signo inequívoco de que nuestra sociedad es transigente con las iglesias, de que tiene miedo, que todavía hay mucho infiltrado entre las huestes de los partidos políticos. Han suprimido de la forma más perversa, aberrante, la enseñanza esencial y universal de los valores para todos los ciudadanos. Cuando el PSOE colocó la asignatura de Educación para la Ciudadanía, muchos, con cierta razón, pusieron el grito en el cielo. No vemos que pongan el mismo grito cuando se mantiene el privilegio que ha de ser eliminado por la desigualdad que provoca.

A mayor abundamiento: además de que los profesores de religión en la escuela incumplen con todos los cánones democráticos al no someterse a las oposiciones necesarias para impartir clase, al mismo tiempo, de modo contradictorio, interfieren con sus actividades docentes las de la escuela normal (parece que su reino no es de este mundo, pero bien que interfieren en él).

En suma, denunciamos su procedimiento injusto, su situación inverosímil, su enorme anomalía en una institución basada en el común acceso administrativo a la función educativa. Durante mucho tiempo hemos asistido a toda suerte de fechorías para mantener la religión en las aulas, con severos perjuicios, inconvenientes, tanto para los centros educativos, como para el alumnado y ello por la particularidad irregular que generaba su mantenimiento. Así, se han ensayado toda clase de experimentos para mantener los sospechosos y anacrónicos concordatos con la Iglesia. Recientes artículos publicados en este periódico se han pronunciado acerca de si la materia de religión es o no catequesis. Todo esto nos suscita lógicamente una polémica que nosotros trataremos de resolver definitivamente mediante un silogismo disyuntivo. A saber:

—Si es catequesis, tal formación no debe ocupar un lugar en las clases ordinarias de las escuelas, puesto que la doctrina ha de impartirse en sus propios espacios: mezquitas, iglesias, sanghas, etc. Es curioso el vacío de las iglesias, espacios idóneos para el libre desarrollo de sus doctrinas y, sin embargo, se hace catequesis en los lugares más impertinentes, a saber, en los centros educativos. Ahora bien,

—Si no es catequesis, se entenderá entonces que, como saber reglado (como tal se presenta en otras ocasiones según conveniencia), ha de hacerse del mismo modo que el del resto de materias. Y esto supone que el acceso a la docencia de tal asignatura se someta a los mismos requisitos que el resto: oposiciones, currículo, cursos, títulos… opción a que tanto creyentes como no creyentes puedan optar.

Por supuesto que esta materia ya se imparte en clases como historia de la filosofía, filosofía, historia del arte, historia, ciencias sociales, etc. Y se impartiría más si no se hubiesen recortado tantas horas a la filosofía. No se puede consentir que un sector privilegiado no se someta a los mismos trámites que el conjunto del profesorado. ¿Por qué? ¿Son especiales? ¿Alguien niega aquí que los señores que ahora imparten clase no se puedan presentar a las oposiciones sean cuales sean sus creencias si poseen los títulos necesarios? No. Nadie lo niega. Otra cosa es que cuando preguntamos a los supuestos catequistas o profesores por qué no se presentan a oposiciones, respondan que no están por la labor. O sea, que les cuesta, como al resto de los que han tenido que pasar por ese trámite, pero ellos están a buen recaudo: su reino no es de este mundo, y así seguirá mientras se mantengan los concordatos franquistas que en la Constitución se arreglaron ad hoc en el año 79, un año después de su aprobación. Por tanto, nuestra denuncia es que la educación debe saldar una herencia histórica, cuyo significado anacrónico es claramente antidemocrático y anticonstitucional. Para mayor inri, valga la expresión cristiana, se hace que los alumnos tengan que elegir entre cursar Valores Éticos y Religiones. ¿Por qué? ¿Cuál es el interés de suprimir la investigación racional y crítica de las virtudes éticas de los alumnos? ¿Por qué las religiones no se imparten en las iglesias vacías? ¿Por qué ese interés en inmiscuirse en la educación estatal a toda costa? ¿Por qué los privilegiados profesores de religión no hacen catequesis en sus lugares de culto? ¿Por qué hay que soportar la discriminación y separación por dioses en la escuela? La materia de Valores Éticos, la Ética, tan necesaria hoy como ayer, se debe impartir en colegios e institutos y debe ser para todo el alumnado, porque la sociedad en la que estamos es plural, crítica y compleja. De todo esto tiene que dar razón el pacto educativo en nuestra actual Nación española. Dar razón, razones, y no credos personales.

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