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Publicado por
MIGUEL PAZ CABANAS
León

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«Qué difícil es hacer el amor en un Simca mil», rezaba una canción popular y legendaria de mediados de los ochenta, cuya letra, seguramente, provocaría urticaria en la Asociación de Feministas de Valdepellejo, o en el Círculo de Mujeres Católicas de Móstoles, que no sé si existen, pero darían que hablar: los extremos, ya se sabe, se tocan con frecuencia. Con este comienzo no pretendo evocar los viajes que en su peugeot hizo el actual Presidente del Gobierno, apenas hace unos meses, consiguiendo regresar del Valhalla cuando medio mundo lo daba por muerto, si no a la disposición de un ayuntamiento que ha prohibido a sus vecinos copular en la vía pública dentro de sus coches. Que esto suceda en Lugo, donde reside gente a la que admiro y parte de mis ancestros, me duele por partida doble, pues los gallegos de mi familia siempre han celebrado estas cosas del sexo con una pizca de cariño, otra de picardía y otra de buen humor. Si quieren que les diga la verdad, a mí me parecen más punibles otros comportamientos ciudadanos, como la costumbre de circular en bici por las aceras (cuánto incívico), abandonar las heces de las mascotas (cuánto guarro), o llevar las ventanillas bajadas escupiendo música a todo volumen (cuánto mamarracho). Que la gente se abrace con intensidad dentro de un vehículo, empañando bocas y cristales, siempre ha sido un motivo de júbilo y gozo. Según dicta la ordenanza, si los amantes son demasiado fogosos y el auto se balancea con particular brío, los municipales deben ser particularmente severos con los infractores. Leña a la lujuria, vamos. A lo mejor es que en este minúsculo ayuntamiento de provincias, avan-la-lettre, se han anticipado a lo que muchos sospechan ocurrirá a partir de ahora en nuestra brava España: con la hordas rojas apostadas en el Parlamento, solo cabe esperar que medio país se entregue al fornicio y al desenfreno, con jóvenes corriendo en pelotas por los parques y bolcheviques levantándole las sotanas a los seminaristas. Vienen tiempos difíciles, muy difíciles y se hace necesario abrir el tarro de las esencias, ahora que ya no veremos a tres ministros (uno con peineta) cantando Soy el Novio de la Muerte al paso de una falange de legionarios fibrosos. Aunque en el fondo puede tratarse de otra cosa, una forma de recordarnos que ciertos asuntos deben abordarse con la elegancia y el decoro que ha acompañado siempre la pureza de costumbres: eso de hacer el amor dentro de un coche (no digamos un simca mil) es cosa de plebeyos y tarambanas, mucho mejor practicarlo en lugares furtivos pero consagrados, con peluco de oro y traje de tres piezas, tirando de tarjeta black mientras suena la campanilla en el reservado del burdel.

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