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Publicado por
antonio manilla
León

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Sentenciados a muerte los pueblos por la «demotanasia» o muerte demográfica, la siguiente amenaza es la desaparición de la cultura local, llegar a un sitio y que lo único que lo diferencie de otro sean sus hábitos gastronómicos y sus monumentos, pero no unos usos y costumbres propias, porque todos estemos amalgamados, felices con la compota cultural, globalizados por abajo. «Donde llega la televisión», decía en una de sus virutas de taller Miguel d’Ors, «deja de haber almas sencillas». Donde alcanza el turismo, con su salvífico canto de sirena para zonas que se han desindustrializado, termina por imponerse el estereotipo.

Demos un paseo en el tiempo por León. La ciudad preglobalizada era humilde y austera, pobre pero honrada, con sus aceras de cantos rodados y sus animales por las calles. Nos la pintaron los viajeros, cuando viajar no era una manera de conocer mundo sino de ir de pasmo en pasmo, porque cada lugar al que se llegaba resultaba original y todos los paisanos eran peculiares, como productos de una artesanía local. Para el romanticismo, el mundo todavía tenía mucho de descubrimiento, de sorpresa insólita para la que no era necesario más que doblar la esquina de los mapas. Al volver al hoy, menos de un siglo después, contentos de haber perdido por el camino la mayoría de las penurias, también echamos de menos aquel carácter y personalidad diferenciados de la capital y sus gentes. El turismo posglobalizado exige centros restaurados y peatonales, entornos acomodados para una visita a pie, gestión de la movilidad y otras maturrangas que conducen inexorablemente a una homogeneización puesta al servicio de los operadores de viajes. Tengo la sospecha de que eso es lo que se ha perpetrado en la plaza del Grano: una homogeneización alevosa. Se la ha traducido a la lengua franca del turista, a lo políticamente correcto, poniéndola al día y menguando, si no matando, su idiosincrasia.

En esta tendencia que existe a la musealización de las ciudades para usufructo del turismo de masas —una gestión «patrimonial» del entorno urbano que las hace menos vivideras a sus habitantes—, lo viejo incomoda y se derriba o remoza, se lo esteriliza en aras del estándar. Puesto que ya todo puede ser visto a través del gran ojo del mundo que es la Red, nos ha tocado vivir el fin de lo exótico. Y todas las ciudades van teniendo el mismo gesto.

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