Maestros de vida
H ace ahora casi medio siglo, Ponferrada tenía unos 35.000 habitantes. La entonces muy fabril y, a la vez modesta ciudad, estaba poblada por mineros, campesinos y obreros, por un no muy amplio sector de profesionales, y por muchos pequeños empresarios. No era una ciudad muy interesada en la cultura, ciertamente: no había música en directo, ni salas de exposiciones para las artes plásticas; apenas había funciones de teatro, y era el cine el único arte -o entretenimiento- accesible a la mayoría de las personas. Eso sí, existía un pequeño grupo de lectores avisados, que solían recalar en la librería Arriba y Castro, en la calle Ave María.
Había poco. Nada que ver con la actividad cultural de estos tiempos, que sin ser excepcional, es digna y diversa. Ahora bien, en aquella ciudad vivía un grupo de personas que poseía un gran amor por la cultura, la libertad y la memoria. Personas que trataban de estar al tanto de lo que se hacía en otras ciudades más grandes, y muy especialmente en Madrid. Unos eran creadores, otros divulgadores, otros eran personajes difícilmente clasificables, pero todos estaban unidos en un empeño compartido: difundir y recrear la verdad del Bierzo y realizarse en él, humildemente, como artistas o como aficionados al arte.
Hace mucho que sucedió todo esto. Pero quienes nos asomamos al mundo del arte y la cultura, aunque muy precariamente, en aquella urbe remota y luchadora, no olvidamos ese manantial de estímulo, que nos ayudó tanto y nos abrió los ojos. Que cambió, en muchos casos, la orientación de nuestras vidas. Aquellas personas nos transmitieron su entusiasmo por la imaginación y el compromiso. Y, a la vez, por el universalismo y las raíces.
En aquella ciudad entonces, y hasta hace muy poco, vivía el pintor Andrés Viloria, al que tanto quise, que hizo una muy reflexionada obra de vanguardia. Por cierto, ¿qué habrá sido de aquella enorme pinacoteca de obra propia que tenía el muy generoso y elegante Andrés, en su casa del Rañadero? ¿No se podría exhibir parte de ella como colección estable en un nuevo museo? Sería un modo de honrar a todo aquel grupo de creadores, del que también formaba parte el gran fotógrafo Amalio Fernández, un hombre lírico y discreto. O el dinámico y renacentista Paco González, que fue historiador, escritor, pintor, profesor, doctor… y más. O el pintor Eugenio de Arriba, que conocía la vida artística de París. O el también pintor y muy recordado Ángel Ruiz. Y otros creadores, de uno y otro ámbito. Personas que amaron la belleza y la libertad y que vivieron aquí, en tiempos muy difíciles y aislados.
Ese grupo de personas humanistas y apasionadas merece un reconocimiento, una activa y perdurable expresión de gratitud. Porque su ánimo no desfalleció nunca, porque hicieron una obra respetable, porque fueron un ejemplo moral. Y porque nos invitaron a soñar.