Diario de León

cuerpo a tierra

El siglo cuántico

Publicado por
antonio manilla
León

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Todo lo que es moda está sujeto a una ley implacable: la del eterno retorno. Un día se van las faldas largas, los peinados con laca o gomina, los trajes cruzados, y al siguiente vuelven los pantalones de campana, los cardados ochenteros y la arruga es bella. Es un asunto comercial pero también tiene que ver con lo hereditario, esos baúles que guardan en sus vientres las ropas de otras épocas que no tiramos y a las que algún uso habrá que darles, aunque sea como disfraz. Luego un cazador de tendencias saca una foto tonta y a la semana aquel resto de tienta recién desempolvado está paseándose por Manhattan, tras un efímero paso por la mesa de novedades del Zara del 222 de la calle Broadway. Así funcionan también estas cosas que parecen tan serias en los paseíllos de la pasarela Cibeles.

Como admirador de Chesterton, no me atrevo a decir si lo digital ha hecho el mundo más pequeño o más grande, pero desde luego todo es más rápido. Fallaron las profecías de nuestros idealistas y mintieron a nuestros padres, como también nos engañaron en persona las teorías de mercado y la crisis y hasta los poetas, al decir que el amor era el mañana necesario, cuando lo único imprescindible es la separación de bienes. La máquina trituradora del mercado está especializada en convertir en moda lo que nació como otra cosa, y, aunque cualquier vida termine pareciendo un «remake», la nuestra está cargada de efectos especiales.

En el mundo acelerado y cuántico que nos ha tocado en gracia, al menos si lo comparamos con siglos anteriores, no es que no podamos fiarnos de la física que aprendimos, es que ni de la economía ya: alejar los centros de producción de los centros de venta no solo no ha encarecido los productos, sino que los ha abaratado. Que sea por haber llevado la fabricación a paraísos laborales, sin derechos para los trabajadores y sueldos míseros y sobreexplotación infantil y natural, lo explica pero no lo aclara, salvo para los de ciencias puras.

A semejanza de la lucha de clases, la lucha de mundos está esperando al Marx que la enuncie. Y, mientras tanto, nosotros, los que viajamos en primera clase, colgando chorradas en las redes sociales y malgastando tiempo en comentar mociones de censura y emociones censuradas, decisiones del var, ordoños sin abrir.

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