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AQUÍ Y AHORA Antonio P. Henares
León

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L La fuente es sagrada para el periodismo. El no revelarla, sea reconocido o no el derecho, está impreso a fuego en el código esencial de la profesión. Pero ¿qué sucede cuando la fuente mana de una cloaca?. Y no son pocas las veces que, en efecto, ese resulta ser el origen del manadero. Por estos lares hispanos, desde luego, tal parece el cada vez más frecuente origen de las vetas de agua informativa. Que resulta cada vez menos clara y por contra más pestilente. A las pruebas me remito. Los delincuentes, en grado de presuntos o ya confesos, sueltan la lengua sobre todo cuando las rejas les ablandan o les enfurecen o las dos cosas, para comenzar a esparcir y salpicar a todos los que pueden con su porquería. Esta ha sido la moneda frecuente y de uso común en nuestro pasado próximo y en nuestro presente con vista al futuro. Con ello cuenta además la Justicia, aunque sepa que no suele ser el arrepentimiento lo que mueve las confesiones interesadas sino mas bien el cálculo para reducir penas propias a base de cargarlas sobre otros. Y con ello cuenta además la información que al fin y al cabo considera que la verdad lo es, si es que lo es, la diga Agamenón, el porquero o hasta la gruña el propio cerdo.

Hasta ahí, quizás pueda haber un mínimo consenso. Pero hay un matiz que cada vez rechina más con la más elemental ética. ¿Se puede presentar la información a los ciudadanos como algo puro y sin tacha cuando en la realidad viene viciada de intención, aderezada a conveniencia o hasta el parte de un chantaje?. Porque eso también esta sucediendo y cada vez más a menudo. ¿No sería lo correcto y es más, lo imprescindible, en rigor y en verdad, exponer también los orígenes, los intereses y las intenciones?. A mi parecer ello es estrictamente necesario porque no hacerlo significa ocultar una parte imprescindible del relato e inducir al engaño. Puestos a contar, pues, habremos de contarlo todo pues de lo contrario en lo que nos podemos convertir es en simples voceros e instrumentos de los delincuentes alcanzado incluso el grado de colaboradores de sus manejos. Me parece sin duda inexcusable el hacerlo y máxime cuando resulta una evidencia que lo que se perdigue por el suministrador es efectuar un chantaje y quedar impune de sus delitos. Callar este aspecto sustancial a la hora de exponerlo ante la opinión pública no me parece que se compadezca con código deontológico sino que más bien los conculca todos