Diario de León
León

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En verano aprovecho para ver en DVD alguna película que se me pasó en el cine. Ayer vi El instante más oscuro, sobre la llegada al poder de Churchill y su decisión, genial acto de liderazgo, de evacuar al ejército británico acorralado por los nazis en Dunkerque. Para ello, hubieron de ser movilizados todos los barcos privados del país, incluidos los pequeños. Lideró con agallas y corazón, que no debe confundirse con el populismo. Le funcionó, y lo que vino después ya es Historia. En estos días, leo que algunos medios han apodado a Pablo Casado como El Kennedy español. Lo dicen porque es joven y guaperas. Una cursilada. También a Ricardo Costa se le llamó así, pero nadie quiere acordarse. Qué manía con etiquetar. Churchill era mayor y obeso cuando asumió su liderazgo, pero ganó la guerra y perdió las siguientes elecciones. ¿Y por qué no llamar a Casado El Pericles palentino? Ya puestos. No. Mejor, llámesele por su nombre y déjese ser él mismo, en su difícil labor de ingeniería emocional con los suyos, para la que no todos sirven. Pero sí, como los partidos sigan con su obsesión por la buena presencia física de sus líderes solo unos pocos y pocas nos podremos dedicar a la política, incluso en la información meteorológica como no estés macizo o maciza no predices un chubasco, ni siquiera en Vitoria. Ya tenemos un George Clooney madrileño, un Fantomas colomense, un Robespierre rosarino…

También leo que en Marte han descubierto un lago de agua congelada, aunque la noticia no especifica si tenía cisnes. Ya tienen Puigdemont y los suyos planeta al que exiliarse. Adèu, no olviden la butifarra.

A mi amigo Maxi de soltero le llamaban El burlador de Eras. Vaya usted a saber el motivo. Ayer en Barcelona, en la primera reunión de la ejecutiva del PP, Antonio Silván, miembro de la misma, le habrá dicho a Casado: «Tranquilo, Pablo, a mí los leonesistas me llaman El sonriente de Ordoño». El talante afectuoso del alcalde es adecuado para dicha ingeniería emocional entre compañeros. Las personas concretas son quienes resuelven los conflictos, o los enquistan. Por cierto, qué apodo tan hermoso aquel con el que llamaban sus vecinos a Alonso Quijano: el Bueno. Después de eso, todo se queda en mote.

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