Diario de León
Ponferrada

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Mónica González Diñeiro nació en una aldea sin quiosco donde comprar chuches y caramelos. Pero en Hornija, a la sombra de la Peña del Seo, la tierra del wolfram, siempre hubo un horno comunal donde los vecinos cocían el pan. Con la masa sobrante de las empanadas, me cuenta años después, elaboraban una torta con azúcar y aceite, a veces también con un poco de Cola Cao y la repartían entre los niños del barrio. A Mónica, que vivía a cien metros del horno y nunca le faltó desparpajo, le tocaba porción de torta una o dos veces por semana.

Para usar el horno comunal los vecinos de Hornija, Hornixa si prefieren el topónimo en gallego, tenían que pedir la vez. Y la forma de hacerlo era dejar un ‘mañizo’ de leña de roble dentro del horno para reservar turno. «Nunca supe cómo eran capaces de reconocer al dueño del mañizo, pero así era», me dice.

Mónica se acuerda muy bien del día en que su padre y otros vecinos del pueblo arreglaron el viejo horno con emplastes de barro y paja para cubrir sus huecos. La tahona tampoco tenía termómetro y solo había una manera de saber cuándo había que meter la masa a cocer sin riesgo de que se quemara; arrojando un puñado de harina a la boca del horno.

Hornija siempre ha mirado por su panadería comunal. Le cambiaron el tejado hace unos años, la dotaron de electricidad y ahora han renovado la carpintería y las paredes de piedra, y de nuevo la cubierta de pizarra. El horno, dice Mónica, es patrimonio de todos «y siempre ha estado rodeado de buen rollo».

No soy yo de los que idealizan la vida en el campo —el que lo ha trabajado sabe lo duro que era y lo difícil que resultaba salir adelante— ni de los que defienden la vuelta a una Arcadia rural que nunca existió. Pero los pueblos se mueren. La gente envejece y hace mucho tiempo ya que los jóvenes se fueron. Es la España vacía, de la que tanto se habla ahora. Y los que resisten lo hacen sin niños en la escuela, sin médico en el consultorio a diario, con transporte a la demanda si hay suerte, sin tienda, sin bar.

Por eso les quería hablar hoy del horno de Hornija. Del olor a pan recién hecho. Y del sabor de las tortas de azúcar con Cola Cao. No hay caramelo que les haga sombra.

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