Diario de León
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EL MIRADOR juan gómez-jurado
León

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D e niño pasaba a menudo por delante del Panteón de Hombres Ilustres cuando íbamos a buscar a mi padre al trabajo. El Panteón de Hombres Ilustres (Calle Julián Gayarre, Madrid) se lo inventó María Cristina, viuda de Alfonso XII. La patulea transpirenaica que nos invadió en 1808 había ocupado el convento de los dominicos de Atocha, no lejos de mi casa. Botas sobre los reclinatorios, fuego en el altar mayor, todas esas insensateces de los alosanfáns que tan caras les costaron. Los franceses acabaron despellejados, pero el convento de los dominicos no se recuperó de la infestación y estaba prácticamente en ruinas.

En 1834 los dominicos fueron exclaustrados y, por una serie de carambolas, en el ínterin fueron enterrados en la parcela Palafox, Castaños, Manuel Gutierrez de la Concha, Ríos Rosas y Juan Prim. Señores con calle, plaza y estación de metro. Es verdad que cuando estás muerto te la trae al pairo si los borrachos a las tres de la mañana miccionan bajo una placa con tu nombre, pero los honores nunca tuvieron en cuenta al honrado. Aprovechando tanto apellido respetable en tan pocos metros cuadrados, María Cristina decide y las Cortes disponen, en 1837, que la antigua iglesia de San Francisco el Grande, aneja al convento, se reconvierta en un sitio donde todos los señores destinados a ocupar espacio en la mente de los taxistas reposen juntos para el resto de la eternidad.

Mientras que nuestro vetusto mausoleo insiste, pertinaz, en acoger solo varones, en Francia llevan ya cinco señoras enterradas en el suyo. Sophie Bertelot, Marie Curie, Germain Tillion y Genevieve De Gaulle-Anthonioz eran las cuatro anteriores. La quinta ha sido Simone Veil, ministra de Sanidad de Francia en los setenta y firme defensora de los derechos de la mujer. Su propuesta para despenalizar los anticonceptivos y el aborto le hizo sufrir amenazas de muerte y violencia física, incluso por parte de señores diputados, aunque a Veil, superviviente del Holocausto, que perdió a toda su familia en la 2ª Guerra Mundial, las amenazas le resbalaron, y finalmente logró que la su ley se aprobara por 285 a 188.

Aún conservo una portada del diario Ya de 1985. La primera y la única vez que he salido en la portada de un periódico. Estoy en primera fila, con siete años, de la mano de mi madre, en una manifestación contra el aborto. Era un sábado, once años después, —once años tarde— de que Simone Veil se ganase el derecho a ser enterrada en el lugar que corresponde a las heroínas de la patria, al lado de los huesos de Victor Hugo, junto a los restos de Voltaire. En el nuestro aún no caben heroínas. Algunos dirán que no las ha habido, quizás es que no las hemos buscado con suficiente ahínco.

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