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Publicado por
EL MIRADOR Antonio Pérez Henares
León

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S oy de pueblo, muy pequeño, y por eso lo miento mucho, Bujalaro, en la Alta Alcarria de Guadalajara, castellano. Son mis raíces y querencias. Tengo otras, por niñez y crianza allá por Durango, en Vizcaya, que afloran y retornan, y algo de vasco también tengo, me agrada y me enriquece. Lo primero nunca me ha supuesto conflicto con lo segundo ni viceversa. Creo y enarbolo que andan por ahí muy entreverados y que hasta en esta lengua nuestra que por el mundo campa cada vez con mayor fuerza y español la llaman, tuvo que ver esa vernácula, tal vez íbera, con su fuerza y contundencia.

Español soy, europeo por ello, e Hispanoamérica no me es, en absoluto, ajena. Gracias Miguel de la Quadra, que me la enseñaste y me hiciste comprender que estaba en tantas cosas incompleto hasta no sentirla como propia.

He viajado un poco, va por ti Manu Leguineche que supiste de «La felicidad de la tierra» y por ti Javier Reverte, que me dijiste: «baja al Africa y sentirás de dónde vienes». Luego ya me lo ha ido explicando Arsuaga: «los negros éramos nosotros, muchacho». Vacuna definitiva para el racismo.

Tengo mis preferencias. Cada uno cuenta la feria como le fue en ella. Y en unos sitios bien, mal en pocos y regular en algunos. Por ejemplo: me gusta más Mongolia que China. Y presiento que en Japón encontraré lo que eché en falta allí. Por Oceanía un día me topé con Stevenson, «Talofa, tusitala» allá por su Vailima, en Samoa y algún día habra de darme otra vuelta por los Mares del Sur. Y si hay país en nuestro Viejo Continente al que esté deseando regresar, resulta que es una isla por los del Norte, Islandia.

Aquí y allí, en mi pequeño pueblo y o en el inmenso hormiguero de Pekin hay gentes de toda traza, calaña y pelaje. De todo hay y en todas las viñas y en todos los países, y su historia, cuecen habas. Sometidas, trufadas y envueltas en la propaganda. A favor y en contra. Y es esto, lo que reconozco, lo del Agitprop, lo que menos soporto. Es una de las cosas por las que no soy nacionalista, porque yo soy de pueblo sí, pero ellos son los auténticos paletos, los paletos ideológicos.

El patriotismo, es el amor por lo propio, el cariño por él, que no supone exclusión ni agravio ni contradicción, sino, en muchas ocasiones comprensión por el que siente y expresa el de al lado, o del más lejano confín, por sus propias raíces. El nacionalismo, muy al contrario, esta cimentado, amalgamado esencialmente por el odio, por el agravio y por el resentimiento hacia los «otros». Y eso sí que es ser paleto, de los paletos peores, de los paletos sin remedio, con balcones a la calle y al mundo, de los más insoportable y encima de los más peligrosos: los paletos ideológicos.¡Guardennos todos los dioses de ellos!